Puede darse la paradoja de que la ciudad pionera de Galicia en ver cine sea también la primera que se quede sin salas cinematográficas. En abril de 1897 se exhibieron en Pontevedra los primeros filmes del invento de los Lumiere, sólo catorce meses después de la proyección de París. Más tarde llegó a Vigo.

Así comenzó la pasión por el cine en esta parte de Galicia, en salas que parecían palacios y con destacados cineastas. ¿Quién no recuerda a Isaac Fraga y a Cesáreo González? Hubo un tiempo en que el productor de Suevia Films no sólo era el personaje más popular de Vigo, sino de los más famosos del país. En más de una ocasión paseó a sus estrellas por las calles viguesas.

Cuando se habla de la fantástica arquitectura perdida de la ciudad es inexcusable mencionar los cines, con los que Vigo competía con cualquier urbe. Todavía sobreviven dos ejemplos, el "García Barbón", en tiempos "Rosalía de Castro", y el "Fraga", convertido en hermoso fantasma, a la espera de remate y uso.

El resto de aquella suntuosa colección de edificios nobles -Odeón, Tamberlick, Royalty-, es parte de la memoria de los practicantes del rito dominical de ir al cine, hacer colas, negociar las entrada con las taquilleras y atender a los acomodadores, previo a la proyección.

Además del cambio de pautas sociales, otras causas explican la desaparición de los cines. Comienza en la década de los ochenta con la introducción de tecnologías alternativas y la emisión de películas por televisión. Son los vídeos en las tiendas de alquiler, los estrenos a la carta en la televisión de pago, el "top manta", y ahora internet.

Los nuevos modos se traducen en la fuga de espectadores, que lleva al cierre de las grandes salas -céntricas y aptas para las inmobiliarias-, que son sustituidas inicialmente por multicines. En una segunda fase, el cine sale del casco urbano para instalarse en los centros comerciales, gestionado por multinacionales. Esto tiene un doble efecto: la llegada masiva del llamado cine comercial -las mejores películas del año, los efectos especiales y algún bodrio-, y la pérdida del cine de autor. Eso sí, en salas más confortables que los antiguos minicines.

Fuera de los centros comerciales y las multinacionales sobrevive en el Sur de Galicia un puñado de empresarios románticos, en Seixo, A Ramallosa y Caldas. Y en Vigo.

Aunque la ciudad atraviesa por una situación de crisis como no se recuerda, para consuelo y solaz de los cinéfilos dispone de una de las pocas salas diferenciadas que perviven en el país. Cuenta con "Multicines Norte", donde el filme alternativo -reflexivo, vital, creativo, que invita a pensar y debatir-, de procedencia francesa, del Este, sudamericano o alemán, que rara vez pisa las salas comerciales, sigue vivo.

Aunque no lo parezca, Pontevedra precedió en la modernidad a Vigo en varios campos. En la incorporación de la luz eléctrica -fue una de las primeras poblaciones de España-, en radiodifusión y en la cinematografía.

Si Pontevedra quedase sin cines sería una pérdida irreparable no sólo para la ciudad sino para la cultura gallega. Los cines son vasos comunicantes. Un aficionado busca la película que quiere ver en Vigo, el "Imperial" de A Ramallosa o Santiago. Donde se proyecte.

Los políticos cuanto más lejos estén de los ámbitos de la sociedad civil, mejor, pero no puede olvidarse que el titular de los cines pontevedreses es Adif -el gestor ferroviario-, que depende de Fomento. Y alguna palabra tendría que decir el ministerio. Sirva la excepción por la salvación del cine en la ciudad pionera de Galicia en este arte. Ni los pontevedreses ni la secta de los cinéfilos puede renunciar a ese patrimonio.