El gobierno de "talibanes, radicales y separatistas" que es -o era- el actual de Cataluña según Alicia Sánchez-Camacho, podrá permitirse un 2% de déficit frente al resto de las autonomías, a las que el ministro Montoro impone el 1,2%. En principio es sano tratar desigualmente a los desiguales, pero mosquea que solo uno merezca tal consideración. Las concesiones de Rajoy a Mas siguen selladas por el secreto de confesión, aunque les falta poco para ser "desclasificadas" por exigencias del guion comunitario. La diferencia pactada podría ser, amén de otros detalles sobre la "ley Wert", la cesión de una parte contratante a cambio de compensaciones de la otra. Las catalanas pasarían por relajar el tira y afloja soberanista, una jaqueca que ya huele a rancia, y mandar a paseo a Oriol Junqueras, que bien merecido lo ha. Y no cabe negar que sería un trato conveniente, aceptable incluso por la muy ortodoxa señora Sánchez-Camacho, si no abriera los ojos de otras comunidades al tipo de estrategia idóneo para imponer la diferencia. Los barones del PP que hicieron públicas sus protestas, sobre todo los cumplidores con el espartano objetivo del déficit, parecían proclives al follón hasta que Cospedal ordenó el "prietas las filas" y todos convinieron en "ritornare al segno", o reagruparse bajo la bandera, lo que Maquiavelo aconseja cuando un ejército se dispersa y pierde batallas. Al menos, de momento. Hay que esperar y ver qué ocurre cuando Bruselas apruebe -o no- la propuesta española en sus cifras y detalles.

Acaecía el "efecto Maquiavelo" antes de que ex-Aznar proclamase sus ideas contra la política de Rajoy. Probablemente será este hecho más influyente que el cornetín de Cospedal para dejar a un lado los agravios comparativos y admitir, si el jefe lo dice, que ha garantizado a Cataluña su -2%. A ex-Aznar y al laboratorio FAES puede sentarles fatal, pero nadie les llevará la contraria dialéctica. Ya sabemos por Sáenz de Santamaría que el Gobierno no responde con palabras, sino con hechos, y cambiar los hechos exige un nuevo gobierno. Al amortizado expresidente no le quedará otra que jurar en arameo o, mejor aún, sacar su catalán de la intimidad familiar para gritar a Mas y a Rajoy que se están cargando España. Ya dijo Rubalcaba que Rajoy no sabe qué hacer con España (aunque tampoco es claro que lo sepa él mismo).

Lo extraordinario es que Aznar haya congelado el "Váyase, Rajoy" que ya sonaba explícita o implícitamente en las filas opositoras. Se palpa el consenso de que, dentro de la derecha, el actual presidente es menos malo que el que amenaza con volver. El "efecto Maquiavelo" es tan intenso que ya implica hasta al ejército enemigo. ¡Quién puede negar el cambio histórico...!