Mola ver a mi amigo Juan terminar la cerveza, mirar el reloj que hay al fondo de la barra del bar y decirnos: "Bueno, marcho para casa, que hay un programa que tengo que no ver". Mola, aunque hace que Enrique y Modesto queden con cara de no entender nada y tenga entonces que explicárselo yo: Juan es uno de esos seres mitológicos que tienen audímetro en su casa, y es plenamente consciente de la responsabilidad que esto supone. El panorama televisivo actual es fruto de décadas de darwinismo postmoderno en donde la selección natural se ha regido por el principio de la supervivencia de los programas más vistos por los espectadores con audímetro. Un proceso tan sencillo como este ha dado lugar a la complejísima telediversidad que nos rodea. De modo que cada vez que una cadena programa un espacio espantoso, irrespirable, una mutación degenerativa que amenaza con prosperar e invadir nuestro teleecosistema, Juan se toma el trabajo de estar ese rato delante del televisor sintonizando cualquier otra cadena.

Concretamente, el último programa que nos privó de seguir tomando cañas con Juan fue "Un príncipe para Corina". No basta con no estar en casa. El televisor debe estar encendido en otra cadena diferente a la que se quiere extinguir para que quede registrado en el audímetro. Pocas formas más eficaces de contrarrestar la agonía de los atardeceres de domingo que estar en la barra de un bar rodeado de viejos amigos, pero Juan tenía muchas ganas de no ver "Un príncipe para Corina", tantas ganas que abandonó una divertidísima conversación para ir a su casa a ver La 1, La 2, Antena 3, Telecinco o La Sexta, y disfrutar de no ver a los únicos, los guapos, los nerds, los simpáticos, Corina, su padre, su hermana, su mejor amigo, Luján y la madre que parió conjuntamente a todos ellos. Normalmente la gente va a su casa a ver un programa de televisión. Juan va a su casa a no ver un programa de televisión. Normalmente la gente lo hace por placer. Juan lo hace por deber.