Un gobernador civil de triste recuerdo no encontró una tarde de domingo mejor forma de responder a la puesta en evidencia de su comportamiento vergonzoso que arrear un soberbio puñetazo al osado subordinado. Mañana se cumplen noventa años de tan insólito suceso ocurrido el 20 de mayo de 1923 entre el gobernador civil Luis Heredia Gil y el ingeniero jefe de Obras Públicas, Juan Crisóstomo Trapote.

Aquel individuo que se creía dueño y señor de esta provincia resultó un claro exponente de los vicios y las prácticas que aquel mismo año acabaron con la Restauración. Además de tener a gala ser de Logroño, que en su escala de valores era más que ser de Bilbao, entendía que la lancha del servicio de Obras Públicas, por ejemplo, estaba para pasear por la Ría a unos primos suyos, que se encontraban de visita y se alojaban en dependencias oficiales del propio Gobierno Civil.

Un domingo pudo hacerlo, pero no consiguió repetir la excursión al domingo siguiente. En cuanto se enteró el ingeniero jefe de Obras Públicas, dio al patrón instrucciones muy precisas para que nadie volviera a utilizar la lancha sin su perceptiva autorización.

Don Luis Heredia no dio crédito a tamaño desafío cuando el patrón le dijo que no podía utilizar la lancha para la excursión proyectada por orden tajante de su jefe inmediato. Al frustrarse su paseo por la Ría, el gobernador civil ordenó la detención inmediata del digno marinero y puso en busca y captura al ingeniero jefe Juan Trapote.

En un tiempo en que una simple llamada telefónica era toda una odisea, Heredia no paró hasta que averiguó que Trapote pasaba los domingos con su familia en la casa de baños que Montero Ríos había montado en Los Placeres. Enviado a tal fin un guardia se encargó de esperar el regreso del ingeniero en la estación del tranvía a Marín, con el encargo de trasladarlo a su presencia en cuanto bajara del legendario artefacto a vapor que por entonces tenía sus días contados.

Una vez en el despacho oficial, el ingeniero no se desdijo ni tampoco se disculpó, sino que confirmó punto por punto sus instrucciones al patrón de la lancha. La explicación soliviantó de tal modo al gobernador que le atizó un puñetazo de improviso que le partió el labio. Heredia no se paró ahí, sino que trató de abalanzarse sobre Trapote con intención de tirarlo sobre un diván y darle una soberana paliza. Éste se zafó como pudo e intentó asomarse a una ventana para solicitar auxilio. Así lo narró la crónica más detallada que se publicó al día siguiente sobre tan insólito suceso.

Alarmados por el gran follón que salía del interior del despacho del gobernador, hasta allí acudió su mujer y también los primos de aquel riojano transmutado en zumosol, momento que el ingeniero trató de aprovechar para huir. Pero los guardias de servicio no permitieron la escapada de Trapote, quien fue introducido por la fuerza en el despacho de Heredia, según su testimonio posterior.

Más calmado y visiblemente satisfecho de su triunfo pugilístico, el gobernador ofreció la paz, pero el ingeniero se negó en redondo, solicitó su permiso para ausentarse y se fue directamente al bufete del abogado Cividanes, que era un buen amigo suyo, para tramitar la denuncia correspondiente.

Tras escuchar el relato de la agresión, el abogado reclamó la asistencia del médico forense, López de Castro, quien atendió al herido. El parte reflejó un traumatismo en el labio superior derecho, "que emanaba sangre por la erosión que presentaba". Al día siguiente entró en escena el juez Policarpo Fernández Costas para tramitar las diligencias oportunas y tomar declaración a todos los testigos.

El gobernador civil hizo un intento desesperado por salvar su cabeza falseando lo ocurrido mediante una versión intragable. Desde el Palacio Provincial se dijo poco menos que el ingeniero jefe de Obras Públicas se había lastimado solo, puesto que al recular hacia atrás a causa de una severa reprimenda, había tropezado contra una butaca y se había golpeado en la boca al caerse...

Aquello no coló y Luis Heredia Gil se percató que su suerte estaba ya echada. Solo disfrutó del cargo cinco meses.