Desde Hitchcock, el mejor suspense consiste en anticipar el desenlace. Pues bien, el PP obtendría mejor resultado que el anunciado por los sondeos contra el bipartidismo. Esta conclusión aplica el elemental argumento de que a alguien hay que votar. Los encuestados expresan con claridad su rechazo manifiesto -asco, si esta impresión gozara de traducción porcentual- hacia populares y socialistas. Sin embargo, no disponen de otras siglas para encauzar su descontento. UPD es un partido irrelevante en las recientes elecciones en Cataluña, Euskadi o Galicia. Plantearse con rigor demoscópico que Cayo Lara será desde IU el próximo líder de la oposición, si no presidente del Gobierno, es digno de una portada de El Jueves. El PP no ha caído tan bajo en el aprecio ciudadano como en la corrupción que le enfanga directa y colateralmente, a través de sus banqueros de cámara. Los sondeos más atrevidos destacan que uno de cada dos votantes populares reniega del uso dado a su sufragio, por lo que no reincidiría hoy mismo en lo que considera un error. "Hoy mismo" es la expresión clave, porque las elecciones están a años vista salvo una verosímil implosión de Rajoy. Una porción significativa de los encuestados se refugian en la abstención o el voto en blanco. Si el próximo Congreso tuviera que respetar con escaños vacíos la hostilidad del cuerpo electoral, más de la mitad del recinto parlamentario estará desocupado. El hundimiento hasta lo irreconocible de PP y PSOE sintoniza con la indignación perceptible en los foros ciudadanos, salvo que no ocurrirá por mucho que lo pregonen los sondeos. Jamás ha sucedido. Se ofrecen encuestas con la mitad del censo como abstencionista, sería más correcto no publicarlas. Al darles pábulo, los medios arrojan piedras sobre su propio tejado, pues desconfían de su capacidad de movilizar a los votantes con el espectáculo circense que montan en cada cita electoral. Gracias a esta presión, uno de cada dos abstinentes de ocasión acabará por desplazarse hacia las urnas. Lo cual devuelve a la situación de partida. ¿A quién van a votar, si las opciones tradicionales siguen copando el mercado? El desplome del PP hasta los extremos descritos en los sondeos no sólo es falso, sino que constituye una excelente noticia para los populares. Gracias a que el PSOE siempre pierde más, porque Rubalcaba es el suelo del PP, y a la ausencia de reemplazos viables que facilita la fragmentación, la derecha obtendrá mejores rendimientos con una cosecha inferior de votos. Basta examinar el caso de Galicia en las últimas autonómicas. Los conservadores perdieron la friolera de 135 mil votos y ganaron tres escaños, para consolidar la mayoría absoluta. El secreto radica en que no se vote demasiado, pero en preservar una mayoría entre los incapaces de quitarse del hábito. En todo lo anterior, se confiere a los sondeos una estatura mítica incompatible con su nulo valor matemático. Las encuestas distorsionan sus propios datos al transformar el "voto decidido" -el único que pueden medir entre los sondeados- en una esotérica "intención de voto", fabricada con ecuaciones que no tienen nada que envidiar a los algoritmos que han ocasionado más de un colapso bursátil. Al margen de la falsificación de su propio contenido, los sondeadores todavía han de explicar sus fracasos morrocotudos en Andalucía y Cataluña, que serían suficientes para retirarles el mínimo crédito. Con la manipulación que sus autores reconocen y ensalzan, tienen el mismo valor que un comentario de taberna, donde la verborrea coloquial se sustituye por la numerorrea abstrusa. Los sondeos se limitan a trasladar la evidencia de que "la gente está muy enfadada". Tamaña obviedad tampoco daña al PP tanto como parece. George Lakoff, sociólogo de cabecera de Zapatero, ya recordaba en No pienses en un elefante que la mayoría de votantes no se mueven por sus intereses, sino por sus ideas. De lo contrario, ni un solo trabajador del sector privado ni funcionario votaría jamás a los populares. Y por supuesto, las críticas acerbas no lastimarán la querencia hacia los sondeos. Keynes afirmaba que sólo el sexo es comparable a la fascinación que ejercen las estadísticas. Se trata pues de manejarlas con cuidado, para sobrellevar sus efectos secundarios. En el caso de un sondeo político, tienen valor todas las facetas del estudio que son ajenas a la determinación del voto de la población.