Tras enterarme de la decisión de Angelina Jolie de quitarse los pechos como medida de prevención por su elevado riesgo genético a sufrir un cáncer de mama, caí en la cuenta de que no me han llamado de Sanidad para hacerme la mamografía reglamentaria -por la edad, ya saben-. Es lo que tienen los famosos, que todo lo que hacen se difunde como la pólvora y pueden servir como ejemplo para lo peor o para lo mejor. Al margen de que la decisión de la actriz pueda haber sido considerada por muchos oncólogos como demasiado drástica, hay que reconocerle su valentía por confesarlo en una carta que ha dado la vuelta al mundo convirtiéndose así en la responsable de la mayor campaña de prevención del cáncer que asociaciones o instituciones puedan imaginar, más que nada por su capacidad de difusión. Y encima, gratis. Que una mujer que, en gran medida, vive de su belleza, haya decidido quitarse los pechos y confesarlo, puede ayudar a desdramatizar su pérdida a millones de mujeres que se han tenido que someter a una mastectomía. Obviamente, a Jolie le habrán reconstruido los pechos los mejores especialistas que se puedan pagar con dinero, pero es un alivio saber que a cualquier mortal en este país nos pueden hacer lo mismo si la genética amenaza con jugarnos una mala pasada. En cualquier caso, supongo que muchas mujeres, al conocer el testimonio de la actriz y las declaraciones de oncólogos y expertos valorando su opción, se han puesto estos días ante el espejo para explorarse las mamas o, como yo, han levantado el teléfono para preguntar en la unidad de prevención por qué este año se ha retrasado la mamografía o la eco. No sé si la protagonista de "El intercambio" se lo habrá planteado así, pero ¿quién sabe cuántas vidas ha podido ayudar a salvar con su testimonio?