Otro año más nos vemos imbuídos en la parafernalia insufrible de las denominadas "Primeras Comuniones" que tienen como sujetos principales a las niñas y los niños de entre ocho y nueve años de edad que cumplen con el rito católico de su acercamiento a la mayoría de edad en la fe que, en teoría, es la misma de sus padres y antecesores aunque en esto de la "FE" con mayúsculas, habría mucho que discutir en los difíciles tiempos que corren para este concepto.

Ayer mismo, mientras caminaba por una céntrica calle de esta villa pude oír a una niña que con su madre seguía casualmente mis pasos y a la que le preguntaba cuántos invitados tendría en su primera comunión. La respuesta de la madre fue tal que la chiquilla exclamó alborozada "¡Que bien; voy a tener 47 regalos!", con lo que deduje que al menos serían cuarenta y siete los invitados al acontecimiento y, suponiendo que en muchos de los casos serían matrimonios, el banquete se acercaría a las cien personas.

Los medios de comunicación, cuando llega este tiempo de las "primeras comuniones", se esfuerzan en calcular lo que vale a las familias esta celebración y la sitúan en miles de euros contando con los trajes, los banquetes y demás gastos que comporta la organización de este acto cada vez más social y, evidentemente, menos religioso que confunde claramente sobre todo a los niños y las niñas que, debiendo celebrar lo que la FE dicta como la toma de contacto real con Cristo, en cambio, ponen su importancia e incluso su razón de ser en la parafernalia consumista de los banquetes, los regalos y todo lo que rodea al tinglado que, poco a poco, se ha ido formando cada primavera en torno a este importante Sacramento religioso que como tal, es gratuito.

Uno que en otros tiempos ha pasado por aquel día enmarcado como algunos otros de su infancia como "el más feliz de tu vida", recuerda cómo, en efecto, el vestirse de almirante o similar y participar en la Primera Comunión conformaba una gran ilusión. También que, al terminar la ceremonia religiosa para la que se había preparado concienzudamente durante semanas, con sus compañeros compartía el chocolate con churros en la sacristía de la iglesia y después, salía acompañado de padres y hermanos de regreso a casa, repartiendo entre amigos y familiares las estampas de recuerdo de tan feliz día recibiendo a cambio propinas de todos ellos y besos y sonrisas de complacencia que aumentaban su felicidad.

Ya en casa, la familia, acaso con la compañía de abuelos o tíos, celebraban una comida especial en la que casi siempre el gallo del corral era la víctima propiciatoria, ya puesto en pepitoria sobre la mesa cubierta con el mejor mantel.

La diferencia entre las dos épocas es abismal en todos los sentidos empezando por la preparación previa al acto en sí de recibir la Primera Comunión ya que, si entonces se hacía, desde las mismas familias, con intensidad y dirigida especialmente a concienciar al niño o la niña de la importancia del acto que iban a acometer, en la actualidad el comulgando percibe mucho más la parafernalia de los preparativos de banquetes y demás que el significado del acto religioso en sí y está, como la niña que me seguía por la calle ayer, mucho más pendiente de los regalos que del Sacramento propiamente dicho.

Y llegado a este punto me pregunto yo qué va a hacer la criatura en cuestión con los, por lo menos, 47 regalos que le darán estos días, algunos de ellos durante la misma ceremonia religiosa por lo que, en lugar de estar atenta a lo que debiera, tendrá puesta la vista, de reojo, en los paquetes que, abuelos tíos y amigos, tendrán en sus manos.

No seré yo quien pida la abolición de los superbanquetes que a veces superan a los bodorrios, ni mucho menos. Cada quien puede gastar el dinero como quiera y eso es bueno para los hosteleros que tienen en estas épocas su balón de oxígeno económico. Lo necesario e imprescindible es volver a considerar el significado de la Primera Comunión; volver a concienciar a los niños de su importancia y tratar de separarla de parafernalias consumistas que, curiosamente, han ganado terreno y cada vez más, al verdadero motivo que la genera.

A este paso, ya se está viendo, se le acabará denominando "la última comunión" .