No faltaba más que eso: que les dijeran a los alemanes que algunas de las cigarras del Sur, los españoles, son, a despecho de la crisis, más ricos que ellos. Lo afirma un estudio del Bundesbank, el banco federal alemán.

Y lo son supuestamente porque son en gran porcentaje propietarios de sus viviendas. Mientras que los alemanes siempre han tendido al alquiler, mucho más barato, por cierto, que entre nosotros. Viviendas de los ciudadanos españoles, muchas veces hipotecadas y que, por otro lado, no han dejado de perder valor. Y que seguirán perdiéndolo.

Si algo está poniendo en evidencia en esta crisis es la cada vez mayor desconfianza entre los pueblos. A mayor convergencia de las economías, por el diktat germano, menor confianza entre los ciudadanos.

Los alemanes piensan que ya han hecho más que suficiente por los demás. Se niegan a ser los eternos paganos. Parece que nadie se ha molestado en explicarles la responsabilidad de su propia banca en la crisis o los sacrificios que hacen diariamente quienes, entre nosotros, soportan continuos recortes de los servicios sociales y una reforma laboral que deja cada vez a más personas en la calle. Y mientras tanto en el Sur crece la rabia por las reformas que se les imponen desde Berlín o Frankfurt.

Falta empatía y sobra bilis por ambos lados. Y la prensa, que tanto podría hacer para explicar mejor los temores de unos y las dificultades de otros, se refugia en estereotipos o fomenta el miedo.

"Nada es seguro" es el título de un comentario firmado que publica en su último número el semanario "Der Spiegel". Se refiere, claro está, a los ahorros, pero no sólo los de los chipriotas, sino también de los alemanes.

"Nada está a salvo de las garras del Estado. Ni las cuentas de ahorro ni tampoco las casas", escribe el comentarista, que recuerda que en la inmediata posguerra alemana, durante la reforma monetaria, el Estado impuso hipotecas obligatorias a los propietarios de bienes inmuebles. O que en otras crisis se prohibió a los particulares la posesión de oro, que había que convertir también obligatoriamente en la moneda nacional.

Una y otra vez la prensa germana se ocupa de meterles el miedo en el cuerpo a los ciudadanos, explotando el casi atávico que tienen a la inflación, que merma poder adquisitivo y pulveriza los ahorros de los pensionistas.

Es sabido que, por otro lado, la inflación ayuda a los Estados a reducir su endeudamiento. Y no hace falta creer en teorías conspirativas para darse cuenta, dice el citado semanario, de que esa es la esperanza que albergan en secreto algunos políticos deseosos de reducir la carga de la deuda que abruma a sus países.

Pero es algo que no favorece en nada a los ahorradores, se les advierte, sin que falte razón. Sobre todo a los pequeños ahorradores que no tienen quien les administre su fortuna.

Con comentarios periodísticos como esos y otros similares, y las elecciones alemanas, como quien dice, a la vuelta de la esquina, ¿cómo esperar mayor flexibilidad de la canciller alemana y su severo ministro de Finanzas?