Había pospuesto este artículo hasta que se apaciguaran las aguas del caso Carromero, pero su protagonista reabre las heridas con una entrevista al Washington Post. Nunca se conocerán con exactitud los detalles del accidente de tráfico de Angel Carromero, pero el conductor del coche estrellado con dos víctimas mortales ha salido bien parado del trance. Lo cual nos permite colocarnos el zapato en el otro pie.

Supongamos que un conductor se estrella con su coche. Tiene un carnet sin puntos, y le habían informado de que se lo retiraban. En el siniestro fallecen dos pasajeros del automóvil, que son destacados dirigentes del PP. Con estas premisas, no cabe duda de que el Gobierno de Rajoy hubiera desplegado sus empeños para que no se privara de libertad al automovilista en cuestión. ¿O hubiera solicitado un endurecimiento de las penas asociadas a accidentes de tráfico?

En la hipótesis especular reseñada, el PP también le hubiera ofrecido al conductor homicida un trabajo como asesor -pagado con fondos públicos-, para facilitar su salida de la cárcel. Asimismo, Esperanza Aguirre se hubiera manifestado a las puertas de la prisión. En efecto, conforme nos alejamos de la colisión inicial, más esperpéntica resulta la situación. El eslogan idóneo de la Dirección General de Tráfico contra los excesos de velocidad rezaría "No todos somos Carromero", una advertencia para los optimistas convencidos de que gozarán de la misma protección que el dirigente del partido en el Gobierno.

El asunto se zanjaría con la perogrullada de que los políticos disfrutan de un límite de velocidad más generoso que los ciudadanos del común. Sin embargo, la situación empeora por la empalagosa santurronería de los partidos, investidos de la superioridad moral de imponer leyes y comportamientos que soslayan en cuanto les afectan.

Por desgracia, la sociedad en su conjunto participa de la selectividad a favor de los poderosos o famosos. La revista del corazón por excelencia tituló "La tragedia de Ortega Cano". El epígrafe condensaba el accidente de tráfico al que sobrevivió el torero, mientras fallecía el conductor del otro vehículo. Una elemental muestra de respeto obligaba a adjudicar al segundo las circunstancias trágicas del percance, en lugar de recriminarle implícitamente que alterara con su muerte la apacible existencia del maestro.

Beppe Grillo no pudo ser candidato de su movimiento Cinco Estrellas, porque sobre el cómico pesaba una sentencia tras haber matado a tres personas en un accidente de tráfico. La revolución no consiste en cambiar las leyes vigentes, sino en cumplirlas.