Hay en Francia al menos dos personajes inmediatamente identificables por sus iniciales.

El primero es DSK -Dominique Strauss-Kahn-, cuya desenfrenada lujuria, unida a la imprudencia de quien, siendo rico y poderoso, se cree por encima de todo, le costó la candidatura socialista al palacio del Elíseo.

El segundo, igualmente famoso, es conocido como BHL -Bernard-Henri Lévy-, uno de los llamados "nuevos filósofos", la profundidad y novedad de cuyo pensamiento pusieron ya en duda en su día otros colegas tan reputados y serios como Gilles Deleuze, Cornelius Castoriadis o el historiador Pierre Vidal-Naquet.

BHL se cubrió en su día de ridículo al pretender en su libro "De la Guerra en Filosofía" arrojar de su pedestal nada menos que a Kant, calificándole de "falso abstracto, puro espíritu de mera apariencia".

Citaba BHL a un supuesto neokantiano llamado Jean-Claude Botul, a quien unos alemanes huidos a Paraguay, donde fundaron una colonia, habían encargado unas conferencias sobre la vida sexual del filósofo de Königsberg, del que se sabe que murió célibe.

BHL fue en realidad víctima de una divertida patraña inventada por un colaborador de la publicación satírica francesa "Le Canard Enchaîné".

Aquel ridículo universal, conocido como el "affaire Botul", por el pseudónimo del autor del engaño, pudo haber descalificado a Levy y sus métodos para siempre, pero no parece haber hecho apenas mella en un personaje de ego tan enorme y amistades tan poderosas en el mundo político, económico y de los medios de comunicación.

BHL no tiene dificultad alguna para exponer sus reflexiones sobre geopolítica o para justificar nuevas intervenciones humanitarias en los principales medios de su país o en otros, como el nuestro. En sus intervenciones hace gala de un universalismo en la defensa de los derechos humanos que tiene sólo una excepción: Israel. Criticar la política de Israel es para él la nueva máscara del antisemitismo.

Hace un par de años, un universitario francés y especialista en cuestiones de geopolítica, Pascal Boniface, publicó un libro titulado "Les Intellectuels Faussaires: Le Triomphe Médiatique des Experts en Mensonge" (Los Intelectuales Falsarios: Triunfo mediático de los expertos en mentiras"), en el que denunciaba la deshonestidad intelectual de muchos intelectuales que están continuamente en candelero gracias a sus excelentes contactos con los medios.

Esos intelectuales, argumenta Boniface, consideran que el fin justifica siempre los medios, y, creyéndose nuevos Zolas defienden, sin embargo, las tesis dominantes. Saben que pueden decir o escribir impunemente lo que quieran porque quienes se atrevan a contradecirles difícilmente tendrán acceso a esos mismos medios de comunicación.

Las intervenciones humanitarias, que propugnan con tanto tesón esos intelectuales, ocultan en realidad con frecuencia intereses económicos, como ocurrió, por ejemplo, en Irak, y seguirá sucediendo en muchos países que tienen importantes yacimientos de materias primas en su subsuelo. La mentira se convierte en esos casos en medio legítimo de combate ideológico.

Boniface afirma no tener nada en contra de quienes como Alain Finkelkraut, otro de los "nuevos filósofos", son sinceros en sus planteamientos aunque no los comparta, porque el debate es "la sal de la vida intelectual".

Lo que le saca de quicio es la deshonestidad intelectual que atribuye a DHL, a quien llama "maestro y señor de falsarios" porque se presenta como "profundamente comprometido con la moral cuando es la personificación del cinismo".

En su ajuste de cuentas con DHL, Boniface acusa al filósofo no sólo de buscar por encima de todo la exposición mediática sino de actuar con furor mccarthista contra quienes osan criticarle o desprestigiarle, recurriendo a su poderosa red de contactos en los medios para intentar silenciarlos. Criticar a Bernard-Henri Lévy resultaba más difícil, según él, que criticar a Sarkozy, cuando era presidente de la República.

Boniface debe de saberlo pues, según cuenta en un posfacio de su libro, propuso su publicación a catorce editores, que rehusaron, según él, "por miedo a represalias o al riesgo" que ello entrañaba, antes de que lo aceptara, dando prueba de independencia y valentía, Jean-Claude Gawsewitch.