Fernando Vázquez nos ve a los vigueses menos cariñosos que a los coruñeses. Se acuerda de los silbidos que le llovían en Balaídos. Escarba y desentierra la división de opiniones que provocaba. La inagotable controversia.

Vázquez, ajeno a cálculos, acierta. Aunque el análisis sociológico le queda escaso, además de igualar Vigo y celtismo, que es más amplio. Los vigueses somos duros. La supervivencia nos ha obligado. Hemos crecido contra la desidia y la inquina del poder. Contra nuestros propios defectos. Somos producto de la voluntad desnuda. Y es cierto que su gestión no fue justamente valorada. Aún le duele, aunque lo niegue. Esa herida nunca cicatriza del todo. Porque le dolía era por lo que yo lo apoyaba; porque no tiró aquel anorak por desprecio de mercenario, sino por despecho de carne propia.

Vázquez, en lo que huele a populismo, se equivoca. Este Vigo áspero también ha sido capaz de adoptar como propios a hijos que lo negaban al llegar el fin de semana. Ha mezclado mil acentos en sus fábricas y sus muelles. Este mismo celtismo ha despedido con llanto a Paco Herrera, sin un mal silbido, aunque la escuadra estuviese en puestos de descenso. Un celtismo que fluctúa en el afecto, pero jamás deserta.

Y es verdad que el deportivismo ha reaccionado de forma admirable en las convulsiones de los dos últimos años. Pero es el mismo deportivismo que abroncaba a Irureta por sus cambios. El mismo que ha gritado "menos portugueses, más coruñeses", dice Paciencia que causa última de su espantada.

Siendo diferentes, somos iguales. La clave está en los tiempos. Vázquez disfruta del papel de salvador en A Coruña. Es el jinete solitario que llega cuando todo parece perdido. Confunde la comparación. En el Celta desempeñó el rol de Oltra, al que tampoco nadie lloró. Les tocó lidiar con el primer descenso tras años de gloria. No se había asumido el fin de ciclo. El éxito del ascenso se les giró en contra porque se entendió como privilegio de sangre.

Vázquez acierta y se equivoca. La realidad es más compleja que una frase llamativa y un recuerdo amargo. Su miopía en el escenario vuelve a ganarle iras. O quizás haya aprendido en el exilio y resabiado busque el aplauso fácil de su nueva hinchada. Yo prefiero al tipo torpe, gran técnico y gran persona. A Fernando, siendo a veces Vázquez su peor enemigo.