Sufren los partidos de izquierda una terrible sangría de militantes. Cuando las circunstancias económicas parece que deberían animar a la gente condenada a vivir de su trabajo a votar a partidos que se supone que defienden mejor sus intereses, parece ocurrir justamente lo contrario. O atiende los cantos de sirena de la derecha o se refugia en la abstención.

Las explicaciones son complejas, pero no es ajena a ese fenómeno la decepción de los votantes naturales de esos partidos por el alejamiento que perciben en ellos de las preocupaciones del hombre -y la mujer- de la calle, la percepción de que los políticos, también los de izquierda, se han convertido en una casta que solo se preocupa de sus intereses.

Un sistema de listas cerradas y bloqueadas como el nuestro agrava el problema, pues contribuye a distanciar aún más a los políticos de quienes los eligen, que en muchos casos no han visto nunca ni han tenido el mínimo contacto con quienes aparecen en esas listas y ni siquiera conocen sus nombres. ¿Van a sentirse representados por unas simples siglas?

Ese distanciamiento entre electores y elegidos no es, claro está, un fenómeno limitado a nuestro todavía poco desarrollado sistema democrático, sino que se da también en países más avanzados como Alemania, donde es causa de preocupación también en la izquierda, que se ha dado cuenta de que las campañas limitadas a la presencia de los candidatos principales en televisión o en su participación en actos masivos ya no funcionan.

¿Cómo movilizar a un electorado cada vez más apático y tratar de remediar una situación que parece favorecer sobre todo a la derecha de corte más neo-liberal? El partido socialdemócrata alemán, por ejemplo, parece buscar últimamente la solución sobre todo en una mayor presencia de sus candidatos en la calle, en una campaña puerta a puerta.

Algunos politólogos han llegado a la conclusión, al analizar los resultados de las últimas elecciones en Alemania, de que la apatía política del electorado es tanto mayor cuanto más pobre es un barrio. Es algo más que evidente, por ejemplo, en Estados Unidos donde los sectores más desfavorecidos de la población, precisamente aquéllos que podrían beneficiarse de un cambio, son quienes menos ejercen su derecho de voto.

Conscientes de ese problema, los socialdemócratas alemanes, empezando por el presidente del partido, Sigmar Gabriel, han comenzado a animar a sus políticos a hacer campaña directa en los barrios, a llamar a las puertas de la gente para escuchar de viva voz sus quejas y preocupaciones.

La experiencia ha sido hasta ahora muy positiva, y así, por ejemplo, en las elecciones regionales de Baja Sajonia, cerca de 100.000 personas que antes se habían abstenido votaron a los socialdemócratas, lo que permitió a ese partido recuperar el Gobierno del "land" después de once años.

La nueva estrategia pasa por reducir los actos multitudinarios y hacer pequeñas reuniones, mucho más directas con los potenciales votantes para en lugar de pontificar, escuchar humildemente sus problemas y animarlos a votar para cambiar las cosas.

No es algo que se hayan inventado ellos, sino que lo han "importado" de las campañas políticas en Estados Unidos, y en especial de las dos presidenciales de Barack Obama. Algo que es también práctica corriente en una democracia tan fuertemente asentada como es la británica. .

Pese a las diferencias con esos sistemas electorales, ¿no sería hora también entre nosotros de tomar nota?