De entre las ciencias llamadas a protagonizar el futuro, no hay duda de que el análisis estadístico de datos desempeñará un papel central. Uno de los exponentes más representativos sería Nate Silver con su aclamado blog FiveThirthy Eight.com, que ha predicho certeramente los resultados de las dos últimas presidenciales americanas. Las nuevas tecnologías facilitan el acceso a un caudal de información jamás antes conocido.

Cada vez que visitamos una página web o realizamos una búsqueda en Internet o compramos en una tienda virtual o empleamos una tarjeta de crédito o compartimos un tweet, entran en funcionamiento complejos algoritmos matemáticos que rastrean la esencia de nuestros gustos más íntimos: ¿cuál es nuestra ideología? ¿Somos creyentes o ateos? ¿Hacia dónde se inclina nuestro consumo? ¿Cuál es nuestro estado de salud? ¿En qué nivel socioeconómico nos movemos? Un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, sobre los "me gusta" en la afamada red social Facebook, ahonda en este saqueo a la intimidad. Sus autores -un equipo que dirige Michan Kosinski en la Universidad de Cambridge- aseguran poder predecir la raza, la orientación sexual, el ideario político y la fe de los usuarios de Facebook con un grado de seguridad superior al ochenta por ciento. Eso para empezar. Más tarde -a medida que se afinen los cálculos matemáticos- cabe prever que el software informático busque conocer nuestra personalidad de un modo más profundo. O, al menos, me temo que ese es uno de sus objetivos: reducir la libertad, modelar la conducta humana, ceder a la peligrosa ideología del determinismo, en el que la moral individual se disuelve, hostigada por todo tipo de causalidades.

La pregunta clásica sería la siguiente: ¿sin el primado del libre albedrío qué espacio ocupa el sentido moral? Si el hombre actúa conforme a sus instintos, ¿es verdaderamente responsable de sus actos? Y, a su vez, ¿no se trata de una utopía perversa pensar que somos predecibles hasta el punto de negar la conciencia? ¿Dónde quedaría el ágora democrática si los grandes ejes de decisión dependiesen del almacenaje genético o del perfil estadístico de la sociedad? Quizás lo esté llevando demasiado lejos, pero no lo creo. A lo largo del tiempo, la grandeza del hombre se ha asociado con la libertad: así sucedió en la Rusia comunista con Solzhenitzyn o en la Alemania nazi con Bonhoeffer o con el caso ejemplar de Etty Hillesum en los campos de exterminio. El reloj de la historia no lo marca el determinismo, sino precisamente los que se han resistido a su dictado.

Pero, al mismo tiempo, uno se pregunta cuál es el límite real de la estadística; esto es, si puede en efecto llegar a sondear realmente el alma humana. Nuestros "me gusta" o "no me gusta" pueden indicar si somos del Madrid o del Barça -o de ninguno de los dos-, si preferimos el té verde o el negro, si somos aficionados a la comida de fusión o al cine iraní. Pero, ¿y luego? ¿Qué nos dice de la belleza, de la memoria, del sufrimiento, del sentido de la existencia? ¿Qué nos dice del arte -o de la literatura- como hermenéutica de la vida? Y, en definitiva, ¿qué aprendemos de nosotros mismos que no sepamos? Tendencias de consumo, por ejemplo, o realidades sociales emergentes. Pero sus límites también son claros. O eso creo.