No sé si uno de los personajes que interpreta el cómico José Mota imita a la realidad o la realidad ha acabado por imitar a uno de los personajes que interpreta el cómico José Mota. Algunos de los sketches del caricato manchego los protagoniza un tipo que hace daño al prójimo (qué sé yo: le roba el coche, le estafa, le incendia la casa?) y que, cuando se ve recriminado por su actitud, pone cara de palo y en absoluto niega el atropello infligido. Muy al contrario, lo admite sin rubor alguno y desconcierta a su víctima con una muletilla recurrente: "Te has dado cuenta tú también, ¿verdad?" Antes de que el otro reaccione por tan inesperada salida, nuestro hombre comienza un rosario de explicaciones justificativas disparatadas: que sí, que vale, que robó el coche, estafó, incendió la casa? pero que lo hizo, en el fondo, para beneficiar al dañado. Es, pues, un cara, un jeta, un sinvergüenza que tira la piedra y no sólo no esconde la mano sino que intenta hacer cómplice del desaguisado a quien no lo guisó y sí se lo hubo de comer. Basta abrir la prensa, encender la tele, poner la radio o consultar internet para toparnos con el interminable desfile hacia los juzgados de nuestra actual corte milagrera, muchos de cuyos componentes arrastran una cara tan culpable y un saco de cargos tan culpable que por mucho esfuerzo que pongan letrados en llamarlos presuntos o supuestos a nadie engañan aunque a todos pretendan engañar gracias a su cínico uso del lenguaje.

Pero son en su mayoría malos habladores y muy analfabetos. Apenas los sacas de los adverbios y locuciones de duda o de las condicionales elusivas: quizá o quizás, posiblemente, quién sabe, a lo mejor, a lo peor, es posible que, si hice, si dije, si me vieron, si incurrí? Se defienden con las negaciones: no, nunca, jamás, tampoco, nanay, nones, tururú, ni hablar, naranjas de la China? Como aquel magnífico personaje de la película "El secreto de sus ojos", el aire se les va en huir de la realidad: "Hay que negarlo todo, Expósito: yo no fui, yo no estuve". O, incluso, en mostrar santa y viva indignación, al igual que hiciera uno de los hermanos Izquierdo, durante el juicio que se les siguió por haber sembrado Puerto Hurraco de cadáveres y heridos, cuando se levantó muy molesto e interrumpió la vista para protestar porque "aquí se están diciendo cosas que no me gustan nada". Lo que ignoran por completo estos nuevos monipodios son los grupos adverbiales que afirman. No saben decir sí, verdaderamente, ciertamente, en efecto, desde luego? Ya sé que nadie está obligado a tirar piedras declarativas contra su propio tejado, ya lo sé. Pero echo mucho de menos la honestidad romántica de aquellos delincuentes antiguos de poca monta quienes, pillados con las manos en la masa, pedían un pitillo y confesaban pausados, serenos, veraces, que habían robado una gallina, porque "la jambre" era mucha.

Espero que estos mangutas y chorizos (sí, ya lo sé: presuntos mangutas, presuntos chorizos) lean en el trullo la aventura de los galeotes del "Quijote". Comprobarán dos cosas: que forman parte de una tradición (la de los ladrones) y que sus cofrades del XVII se explicaban con más gracia. El primero al que pregunta don Quijote por qué va condenado a galeras le responde que por "enamorado". El segundo, que por "músico y cantor". El tercero, que por faltarle diez ducados. El cuarto, que por "corredor de oreja". En seguida nos lo traduce Cervantes: iban galeotes, respectivamente, por caco (enamorado de lo ajeno), por chivato (había "cantado" en el tormento), por intento de soborno y por proxeneta. Es decir, ya que los bandidos públicos de hoy nos roban, estafan, timan y atropellan sabiéndose poco menos que impunes, por lo menos que se expliquen con donaire. Porque, claro, hay que ser un hombre de una pieza (y ellos no lo son: pobres maleantes demediados) para reconocer el delito y declarar, como el último de los galeotes, "castigo es de mi culpa". Un canalla no lo dirá jamás.