Sea quien sea, será el Papa. Podrá ser blanco, negro o amarillo. Será el Papa, el obispo de Roma, el Sucesor de Pedro, el Pastor de la Iglesia Universal.

No parece sensato, en este momento de la vida de la Iglesia, albergar dudas o reticencias. Tras la renuncia de Benedicto XVI, los cardenales podrán elegir al nuevo papa con plena libertad.

Me tocó vivir en directo, en su día, el último cónclave. Estaba en la Plaza de San Pedro cuando el cardenal proto-diácono, Jorge Medina Estévez, anunció a la Iglesia y al mundo: "Habemus papam". Antes de decir el nombre del elegido la multitud allí congregada irrumpió en un enorme aplauso. Aplaudían al papa, sin saber quién sería el papa.

Pues antes de que el cónclave sea "cónclave", diría lo mismo: Será el Papa. Yo no tengo un candidato claro -o, si lo tengo, me lo reservo-. No he ocultado mis preferencias. No he silenciado que preferiría que el cónclave nos sorprendiese. Como quizá suceda.

Pero, repito, será el Papa. Eso es lo esencial. Las personas pasan, el ministerio de Pedro permanece. La Iglesia permanece. La palabra de Cristo permanece: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16,18).

Han proliferado las quinielas. Católicos y no católicos - sorprendentemente no católicos, agnósticos, ateos incluso, han hecho sus apuestas- . Pero solo son eso, "apuestas", depósitos de confianza que entrañan riesgos.

Lo que no supone riesgo es pensar que el próximo Papa hará, del mejor modo posible, lo que tenga que hacer. Llevamos, gracias a Dios, una serie de Papas de enorme altura: Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI? Por hablar solo de los últimos obispos de Roma.

¿Qué retos se le presentan al Papa? Muchísimos y variados. La secularización que no cesa. El, tantas veces, difícil diálogo con las otras religiones. La tutela de los derechos humanos, tan amenazados por las injusticias, por el egoísmo, por el abuso de los fuertes sobre los débiles. También la reforma de la Iglesia, una realidad compleja, humana y divina, santa y necesitada de continua purificación. El Papa ha de garantizar la pureza de la fe, el bien de la unidad y el inexcusable servicio al mundo.

Me siento, la verdad, muy tranquilo. Yo creo que los cardenales elegirán a quienes ellos crean que es el mejor. Recuerdo, poco después de la elección de Benedicto XVI, haberme encontrado, por casualidad, con un cardenal en una apacible mañana de domingo. Coincidimos en el puente Sant'Angelo. Yo le expresé mi agradecimiento por la elección de Benedicto. Él me dijo: "Era el mejor". No creo, sinceramente, que el criterio de los cardenales haya variado en estos últimos años. Será el mejor. Será, y eso es lo decisivo, sea quien sea, el Papa.

*Director del Instituto Teológico de Vigo