Opinión
Chávez
Joaquín Rábago
La prensa conservadora se ha ensañado con el presidente venezolano Hugo Chávez a raíz de su fallecimiento. Una de las publicaciones más críticas con él ha sido esa biblia del capitalismo que es The Economist.
La retórica del caudillismo latinoamericano, su recurso frecuente a la hipérbole, su apasionamiento, su desmesura, su populismo, incluso su demagogia, que no es exactamente lo mismo, están en las antípodas --y totalmente fuera de la comprensión-- de la frialdad analítica y a veces un tanto hipócrita de un observador anglosajón.
Desde sus alturas, el semanario británico ha tachado en un editorial al régimen chavista de "corrupto, cínico e incompetente" y se lamenta de que el caudillo desaparecido no vaya a estar ahí para recoger las tempestades que sus vientos han sembrado.
Incluso le acusa de hipocresía por reivindicar a Simón Bolívar y utilizarlo contra el "imperio" -es decir, los Estados Unidos-- sin que pareciera importarle el hecho de que el libertador hubiese sido un "conservador anglófilo".
También entre nosotros, los medios conservadores han denunciado el mesianismo de Chávez o la corrupción de su régimen, y lo han hecho muchas veces sin recordar siempre, como hace, sin embargo, The Economist, la de quienes le precedieron, sobre todo el socialdemócrata Carlos Andrés Pérez, contra quien organizó su fallida intentona de 1992, que iba a darle una gran publicidad y terminaría catapultándole al poder por las urnas.
Fue la corrupción de aquel régimen supuestamente de izquierdas la que dio lugar al llamado "caracazo", cuando, como recordaba el periodista español Román Orozco, testigo de aquellos sucesos, miles de venezolanos de los barrios más pobres de la capital bajaron de las colinas donde vivían en el equivalente de las favelas brasileñas y asaltaron los supermercados en busca de comida.
Carlos Andrés Pérez, popularmente conocido como CAP, ordenó reprimir con dureza aquella rebelión de los "monos", como llamaban con racista desdén a aquellos negros y mulatos las clases medias blancas de ese país, las que veraneaban en Miami o se iban siempre allí de compras.
Aquel gobierno democrático fue autor de una carnicería: oficialmente se habló de cerca de 300 muertos por el Ejército, pero hay quien, entre ellos el citado semanario británico, los cifra en 400. Y es lícito entonces preguntarse si ha ocurrido algo que se aproximase a aquello en los años de régimen chavista. Un régimen al que se le reconoce, aunque sea muchas veces a regañadientes, que disminuyó drásticamente el nivel de pobreza de la mayoría desfavorecida del país.
Restándole méritos a Chávez, se habla de que si pudo hacer eso y otras muchas cosas, por ejemplo en sanidad o educación de las clases populares, fue sólo gracias a la riqueza petrolera del país. Como si no pudieran darse a los ingresos petroleros un destino distinto, como ocurrió con CAP, el amigo de las socialdemocracias europeas, acusado de corrupción y muerto en el exilio precisamente en Miami, o como hacen hoy tantos sátrapas del mundo.
Se ha acusado también a Chávez desde algunos medios de este país de "abuso de poder". Como si no fuese también abuso -es decir, mal uso-- de poder, el que un Gobierno aproveche una y otra vez una mayoría absoluta conseguida en las urnas gracias a un programa y unos compromisos explícitos para poner luego en práctica su agenda secreta, atribuyéndolo sólo a imposiciones ajenas. Hablar de uso indebido del poder en el primer caso y no en el que se tiene más cerca es ver sólo la paja en el ojo ajeno.
Claro que ahora vendrá inevitablemente la mitificación y momificación ideológica del chavismo, junto a la física del cadáver del líder, pero ésa ya es harina de otro costal.
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