Opinión

"Argo"

Joaquín Rábago

He caído en la tentación de sumar uno más al número de espectadores que han visto hasta ahora "Argo" en todo el mundo.

Tenía una cierta curiosidad por saber qué era lo que justificaba la concesión de la estatuilla a la mejor película en la última ceremonia de los Oscar.

Y, que me perdone el lector el frívolo detalle, mi primera sensación fue una de nostalgia al recordarme de pronto el filme lo ridículamente grandes que eran las monturas de las gafas que llevábamos muchos en los setenta -nos daban un cierto aspecto de búhos-- y que llevan quienes interpretan al personal de la embajada norteamericana en Teherán durante la famosa "crisis de los rehenes".

Pero, detalles estéticos al margen, la película de Ben Affleck reúne, tras unas breves imágenes documentales que ilustran y a la vez justifican el derrocamiento del odiado -y tantos años apoyado por EE UU-- Shah de Persia, todos los ingredientes de los filmes patrióticos a los que tan acostumbrados están los espectadores norteamericanos y, con ellos, el resto de los públicos cautivos del cine de Hollywood.

El mundo de ahí fuera es siempre en ellos un territorio inequívocamente hostil, habitado por siniestras y siempre oscuras multitudes que se expresan en lenguas incomprensibles para quienes esperan que todo el mundo hable inglés y cuyos gestos son también igual de inescrutables. Sobre todo cuando hay alguna revolución en marcha como la lanzada por el sombrío ayatolá Jomeini, que constituye el marco de una historia basada, según se nos explica, en un hecho real.

En abierto contraste con las turbas amenazadoras que pueblan las calles de Teherán, está el tranquilo hogar norteamericano, habitual refugio del guerrero, aunque en esta ocasión provisionalmente roto por una separación matrimonial.

Afortunadamente, sin embargo, hay por medio, como en tantas películas de la fábrica de Hollywood, un hijo pequeño, imagen misma de la inocencia, al cual volverá nuestro héroe, una vez superada su odisea.

Ese niño será quien permita la reconciliación de la pareja en un marco estratégicamente elegido: con la puerta de la casa abierta de forma que resulte visible al fondo un trozo de jardín donde ondea suavemente, mecida por el viento, la bandera de las barras y estrellas. ¡Al fin, en casa!

No es de extrañar que el filme se haya llevado el Oscar.

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