El anuncio de Méndez Ferrín de abandonar la presidencia de la Real Academia Gallega entra en la categoría de las dimisiones por dignidad. Porque existen diferentes maneras de dimitir. Las forzadas y las voluntarias. Las primeras suelen disfrazar los ceses, y afectan a políticos, entrenadores de fútbol, altos ejecutivos y cargos sobradamente remunerados. Las segundas son por decisión propia, y las encarnan intelectuales y gentes de prestigio que anteponen el decoro de su imagen a otras consideraciones. Es la dimisión por dignidad.

Méndez Ferrín era una figura polémica cuando accedió a la presidencia de la RAG. Pese a su evidente inconformismo, los corporativos decidieron por amplia mayoría elegirlo. Se ponderó el prestigio y el reconocimiento de quien presentaba las mejores credenciales para ostentar la representación. La elección fue el triunfo del buen criterio y la objetividad de una institución formada por ilustrados.

Y como presidente tomó el mando y comenzó a ejercerlo con la eficiencia esperada. A la vista están los resultados.

Pero surgió la polémica por cuestiones ajenas, los demonios de la envidia y de la intriga salieron a escena, y lo que hasta entonces era condescendencia se trocó en enemiga. Pero no al estilo de los políticos, que se trasluce, sino al de los taimados de las sociedades cerradas, y la Academia lo es, cuyos golpes se envuelven en guantes de seda.

Sin apelar a escenarios conspiranoicos, bueno es recordar algunas cuestiones. Es proverbial el desconocimiento del Norte de la dimensión intelectual del Sur y atávica la polémica sobre el interés por la cultura de Vigo, su ciudad más representativa. Eso explica las omisiones a lo largo del tiempo, y que no haya habido muchos representantes del territorio en la institución. Si se repasa el índice de académicos sorprenderá la prevalencia norteña.

En consonancia está el número de presidentes. De los doce que han ocupado el cargo, sólo tres son del Sur. El ourensano Eladio Rodríguez, en un periodo de transición, Fernández del Riego y Ferrín. A Del Riego, ya octogenario, lo eligieron como una figura decorativa, y sorprendió a todos, porque en su mandato comenzó la modernización de la Academia. Y hay quien quiere que el actual dimita antes de tiempo.

Ferrín, además de ser vigués, de izquierda radical, y articulista de esta casa, nunca bailó el agua al lobby coruñés. Se desenvolvió en la línea opuesta a lo que es tradición en la Academia, desde el fundador, Manuel Murguía, hasta el penúltimo, muy entroncados en la vida herculina.

A Coruña está acostumbrada a controlar lo que abarca, y es poco propensa a permitir que los del Sur rijan una corporación de tanta raigambre y relumbrón. A la postre, la RAG es de las contadas instituciones con sede en la ciudad, cada vez más despojada por Santiago.

A nadie se le oculta que la Academia asemeje ahora un tablero de ajedrez. Por lo que no puede obviarse el papel que desempeñan las entidades aludidas por su secretario como detonantes del conflicto, ni la reaparición de un "piñeirismo" renovado con ganas de ocupar la institución, a que se refieren otros.

Pero la corporación, como tal, debería abstraerse de las cuestiones que no son del caso y centrarse en lo que le concierne. Esto es, la dimisión de Ferrín. Y el pleno de la Real Academia Galega no debe admitirla por varias razones. Por decoro de la propia institución, que de aceptarla daría pábulo a los infundios que la propiciaron. Por la personalidad del dimisionario, que es el escritor vivo en lengua gallega más relevante. Por equilibrio territorial. Implícitamente corresponde al Sur esta presidencia, y sería lamentable que se trasladase al Norte, como posiblemente ocurra, de manera anticipada. Finalmente, porque el presidente que llegue a la Academia en estas circunstancias lo haría sin autoridad y con la institución dividida. Más que nunca.

Cuando se cumpla el periodo de mandato reglamentario, que Xosé Luis Méndez Ferrín cese con todos los galones que invisten a la autoridad.

En ningún caso el plenario aceptará su dimisión como académico. Aunque no volviera a pisar la sede de la institución, su escaño le corresponde de por vida. Su salida, sería un desdoro para la corporación que fundaron Murguía y cuarenta ilustrados para potenciar la lengua gallega. La que él representa como pocos.