Opinión | Personas, casos y cosas de ayer y de hoy
Carta abierta a los lectores de FARO
FEDERICO MARTINÓN SÁNCHEZ
Mis queridos lectores:
Cuando hace dieciocho meses X.M. del Caño me propuso me convirtiese en un colaborador habitual de Faro, lo acepté complacido en extremo e inicié esta serie de artículos sin dilaciones, por aquello de que la vida acumula pasado, se lleva por delante el presente y acorta el futuro y, de pensarlo mucho, me quedaría sin tiempo para escribirlos.
Afrontar el encargo podría parecer una osadía, pero me respaldaban distintas justificaciones:
1. El tutor y padrino sería el propio del Caño, que ya me había demostrado su amable amistad y con el que la colaboración no era nueva: desde hacía años me entrevistaba sobre temas médicos en los que había trabajado o sobre otras áreas del saber en las que había hecho alguna incursión -principalmente historia y arte en relación con la medicina-, y siempre recogía cuanto le expresaba de forma clara y adecuada, cuando no lo mejoraba.
2. Acababa de jubilarme en la medicina pública por lo que disponía de más tiempo para estudiar, leer y escribir. Además lo haría en el precioso lugar donde vivo desde hace unos años, Boimorto (Vilamarín), en el que todo es tranquilidad y la naturaleza, el día y la noche, se cuelan por las ventanas y me tranquilizan a la vez que me estimulan.
3. Mis recuerdos eran extensos. Comenzaban en nuestros bisabuelos -entiéndase bien, los bisabuelos de los de mi generación-, por lo que tenía detrás de mí tres generaciones, había contribuido a crear una cuarta y conservaba toda la ilusión por la presente y su futuro. Llegado este punto, ustedes podrían señalarme que alcanzada una edad las cosas pierden en la cabeza su maravillosa precisión y, de todo lo vivido, tenemos una tendencia inconsciente a quedarnos con las imágenes y los deseos más felices y entrañables de nuestra existencia. Pueden apuntar también que con el tiempo la memoria desvirtúa e incluso reinventa los hechos, de modo que confundimos lo aprendido con aquello en que uno ha sido el verdadero actor. El planteamiento es innegable; pero también los es que ciertas personas tienen -tenemos- la costumbre de ir haciendo anotaciones en ratos perdidos, así como la de guardar cartas, postales, fotografías y un sinfín de cosas, querencia que ayuda a mantener la memoria viva y nítida.
4. Había acumulado, durante mi ya larga vida, centenares de libros y documentos y bastantes cosas antiguas, raras o curiosas, gracias a la generosidad de mi familia, de mis amigos y de los familiares de mis pequeños pacientes, muchas de las cuales eran susceptibles de estudio y análisis.
En resumen, de entrada contaba con el tiempo y el material necesario para elaborar los sueltos para Faro, con el convencimiento de que se cumpliría aquello con lo que Carreño juzgó a López Ayala: "La letra es suya, pero la música es mía". La letra es de los libros y de los recuerdos; la música, las palabras, es lo que pondría yo para escribir mis colaboraciones.
Aceptado el encargo, para emprender la tarea, lo primero era bautizar la serie de artículos, darles un nombre de pila común a los que iban ser una larga serie de escritos variopintos, cuyo único nexo común serían la memoria, los libros y las cosas del autor, con referencia especial, siempre que fuese oportuno, a todo lo relacionado con Galicia, singularmente con Ourense y sus gentes. El empeño no era fácil, aunque ustedes podrían exclamar: ¡Qué más da el nombre si los artículos son interesantes y amenos! Pues no, no da lo mismo: que se lo pregunten a la que llamándose Dolores, su vida fue un calvario; a quien denominándose Benigno, es más malo que un veneno; a quien bautizado como Valiente, resultó ser un gallina o a la que de nombre Preciosa, es más fea que una foto movida. Mientras barajaba posibles títulos, pensé que si mis artículos serían una amalgama de coleccionista aficionado, podría ponerle Antiguallas, tal como nominó Ricardo Sepúlveda -a instancias de Ángel Avilés- a sus Descripciones y costumbres españolas en los siglos pasados (Madrid: Lib. de Fernando Fé; 1898). Sin embargo lo descarté, porque mi deseo era hablarles de lo pasado pero desde la perspectiva actual y, asimismo, hacerlo de lo completamente nuevo e incluso del mañana. Entonces vino a mi memoria una obra del escritor y periodista romántico Antonio Flores Algovia (Elche, 1816 - Madrid, 1865), autor de un libro de cuadros sociales de tres generaciones de madrileños, titulado Ayer, hoy y mañana (Barcelona: Montaner y Simón, ed.; 1892) y decidí parafrasearlo como Personas, casos y cosas de ayer, de hoy y de mañana. Al verlo escrito, me invadió el pánico de que me tildasen de futurólogo y lo dejé en Personas, casos y cosas de ayer y de hoy.
Por lo tanto, disponía de tiempo, material y nombre común, pero quedaba lo más arduo, iniciar una nueva forma de escribir, cuando ya estaba de lleno en la edad madura: la elaboración de artículos que, sin renegar de sus fuentes y respetando escrupulosamente la ortografía y la gramática españolas, aportasen algo original, intentasen ser atractivos y expresasen de forma simple, pero no vulgar -es decir al alcance de todos- cosas, anécdotas, chismes y costumbres de ayer y de hoy, reivindicasen a personas que no han sido suficientemente destacadas o incluso olvidadas, o analizasen algún libro, obra o material a mi alcance, sobre todo desde la perspectiva que da mi profesión médica. Bueno, pues también para todo ello tenía ciertas ventajas, que son las que siguen.
No había escritores entre los familiares con los que convivía. Sin embargo, entre sus afanes estaba la práctica de una escritura pulcra, meticulosa y legible -como se puede comprobar en las historias clínicas de mi padre o en las cartas de mi madre-. También tuve el ejemplo de la forma de escribir de mi tío abuelo Ignacio Moreno Miranda, con esmerada letra y apoyado siempre en un diccionario de la RAE y la Ortografía práctica de Luis Miranda Podadera -libros que hoy tengo la fortuna de conservar-. Después, en el Colegio de "las monjas de Santo Domingo", se cuidaron de mis primeros pasos en la escritura y muchos otros saberes iniciales, Sor Sabina y Sor Asunción, ambas modelos de la buena caligrafía y el uso de la lengua. Ya en el bachillerato, en aquellos tiempos en que el castigo corporal estaba generalizado, también existían profesores que jamás recurrieron a "la letra con sangre entra". Entre ellos, quiero recordar hoy a dos -no son los únicos y tiempo habrá para referirse a otros- que brillaron con un fulgor inusitado y abrumador, de los que iluminan pero no deslumbran. Me refiero a don Joaquín Lorenzo Fernández y a doña Rocío Areán Álvarez. Ambos eran licenciados en Filosofía y Letras y nunca impartieron enseñanzas para las que no estaban capacitados. Sensibles a nuestras necesidades, repasaban una y otra vez todo el programa que acabábamos sabiendo de oídas, al tiempo que nos contagiaban su inquietud por saber. Con el primero mantuve bastante afinidad, buen entendimiento y compartí aficiones; con la segunda mi empatía no fue satisfactoria y la relación fría, pero no por ello dejo de reconocer su competencia, su valor docente e incluso su influencia en mis propios empeños y hasta en mi personalidad. A estos dos buenos maestros debo mi inclinación por las humanidades, vocación que ya no abandonaría nunca y que ha incrementado, en los últimos años, por la sabia proyección de mi fraternal amistad con don Miguel Ángel González García. También en la Universidad, tuve la suerte de encontrarme con el profesor José Peña, que además de dominar la Pediatría y enseñármela, también sabía escribir. Pero de él ya les he hablado (José Peña Guitián, tradición e innovación en la Pediatría. Faro de Vigo, 17.06.2012).
Después de casado, en mi casa contaba y cuento con el apoyo decidido de mi mujer, Georgina Torres Bescansa, buena en todo y perfeccionista en la escritura; al tiempo disponía y dispongo de siete consejeros perpetuos, mis siete hijos, cada uno destacado en su rama del saber y una de las cuales, María, aunque es antropólogo de profesión, nació para la literatura -el tiempo lo demostrará-.
Había escrito, solo o en colaboración, alrededor de un millar de trabajos médicos, de los cuales más de quinientos fueron publicados y el resto presentados públicamente en diversos foros. Sin falsa humildad, esta experiencia tenía que ayudarme.
Así las cosas, me puse a la obra, y eché a la calle a través de Faro, 77 artículos ya, para que se buscasen la vida y la consideración de los lectores. He tenido la suerte, y Dios lo ha permitido, de que hayan tenido una acogida benévola de la que yo he de congratularme. Con sinceridad creo han contribuido a que fuese falsa la explicación que dice: para el autor, el mejor trabajo es, muchas veces el que no se ha escrito; para el lector, es casi siempre, el que no se ha leído. Mientras sea así, continuaré con el empeño.
Creo que les debía esta carta. No será la última. Autor y lector deben conocerse. Muchas gracias y mi entrañable consideración y afecto.
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