Hemos entrado de lleno en la cultura del espionaje, pero lo de menos es el asunto de los detectives catalanes. Hoy en España todos espían a todos. La querencia a espiar no es nueva, pues la vida social se basa en el control de unos por otros, para vigilarse, juzgarse y amasar una moral a golpe de sentencia. De hecho, la gente migra a la gran ciudad huyendo del control. Lo nuevo es la extensión y la intensidad del espionaje, gracias a las tecnologías. Con la excusa de las escuchas telefónicas, y debido a que los presuntos delincuentes hablan de todo con mucha gente normal, hoy la Policía sabe más intimidades de nosotros que cuando tenía un confidente en cada esquina. Pero eso tampoco es lo de más. Jóvenes, mayores y hasta abuelos andan filmando y grabando a todo el mundo, para luego colgarlo o enseñarlo en el bar. Echa uno de menos la ética del ojo de la cerradura, que siempre era un filtro.