Dos documentos recientes del FMI (Fondo Monetario Internacional) han recrudecido el debate, existente desde hace ya muchos años, sobre el efecto de las reducciones ("recortes") del gasto público en el ritmo de crecimiento de la economía. Estos documentos son "Perspectivas Económicas Mundiales" (octubre de 2012) y "Errores de Predicción del Crecimiento y Multiplicadores Fiscales" (enero de 2013).

La relevancia del debate es evidente, porque sus conclusiones afectan directamente a las predicciones realizadas sobre el crecimiento de las economías, a las políticas económicas prescritas por el organismo internacional a los gobiernos y, sobre todo -que es al final lo que cuenta-, a las condiciones de vida y de trabajo de decenas de millones y millones de ciudadanos.

En los citados documentos se concluye, tras la aplicación de las técnicas de cálculo al uso, que los "pronósticos del FMI subestimaron significativamente el incremento del desempleo y la caída en el consumo privado y la inversión asociados a la consolidación fiscal", aunque, escapando a toda lógica, también se afirma que estos "resultados no implican que la consolidación fiscal -así llama el FMI a los "recortes"- sea indeseable".

Es obvio que toda predicción en Economía entraña serias dificultades, porque esta no solo no es una ciencia exacta por su propia naturaleza social, sino por que su evolución depende de muchos factores difícilmente controlables. En todo caso, lo que está en tela de juicio en relación a las predicciones del FMI no son las técnicas de cálculo, sino la base teórica en la que se apoyan sus modelos econométricos. Esta base descansa en tres supuestos claramente cuestionables.

El primero es el relativo a la subestimación de los "multiplicadores fiscales"; esto es, los efectos de los cambios en los gastos públicos -los "recortes"- sobre el crecimiento económico. El FMI supuso que el multiplicador fiscal era aproximadamente 0,5: por cada euro de "recorte" del gasto público, la economía decrecería 50 céntimos. Pero, en realidad, el efecto negativo no fue de 0,5 sino de 1,7 o incluso más. Esto quiere decir que la economía decreció muchísimo más de lo esperado, como mínimo tres veces más.

Los "recortes" se justifican -según el FMI- porque la "austeridad fiscal" (gastar menos) aliviaría la presión impositiva sobre las familias y las empresas, permitiéndoles así aumentar sus gastos e inversiones. Pero la economía está funcionando justo al contrario. En condiciones de crisis como las actuales, los recursos no utilizados por el sector público tampoco lo son por el sector privado. En consecuencia, las medidas de austeridad son autodestructivas y están conduciendo a la economía a menos gasto público, menos inversión privada, menos consumo, menos empleo y más depresión.

El segundo error es que, en el caso de los países europeos que aplican todos y simultáneamente políticas de austeridad, no tiene mucho sentido utilizar multiplicadores fiscales nacionales. Habría que utilizar multiplicadores fiscales europeos, porque los efectos contractivos de las reducciones de gasto de cada país se transmiten vía caída del comercio a todos los países. Otra razón que abunda en la idea de que los multiplicadores son mucho mayores que los esperados.

El tercer error consiste en que los multiplicadores son mayores también de lo esperado por la ausencia de una política monetaria del Banco Central Europeo centrada en el crecimiento y el pleno empleo, que pudiera contrarrestar los efectos contractivos de los "recortes" de gasto. De nuevo la realidad es tozuda y muestra que el dinero no llega a la economía real de familias y empresas, sino que se queda en manos de los bancos.

La consecuencia de esos errores es que las predicciones del FMI están totalmente equivocadas, por no decir disparatadas e irresponsables. En efecto, el FMI pronosticó un crecimiento de la economía europea en 2012 del 2,1%, cuando decreció un -0,3% (según la estimación más reciente de Eurostat, la Oficina Estadística de la UE). Y para España estimó para ese mismo año un crecimiento del 1,6%, cuando lo acabamos de finalizar con una severísima caída de la economía del -1,3% (según el Ministerio de Economía, habrá que esperar a fin de mes para conocer el dato del INE, Instituto Nacional de Estadística).

Por tanto, el FMI no puede fingir ahora que "se ha caído del guindo" con los resultados de sus últimos documentos. Sabía desde hace tiempo que no podían ser otros. En 2003, por los estudios de la Oficina de Evaluación Independiente del FMI, conocía los efectos recesivos de los programas de ajuste fiscal llevados a cabo en los dos decenios anteriores. Y sabía también -y lo saben los economistas- los resultados del debate académico entre Barro y Stiglitz de finales de los setenta y principios de los ochenta del pasado siglo, en el que el segundo demostró frente al primero que en condiciones de recesión los multiplicadores son mucho mayores que en condiciones de pleno empleo y que la financiación del gasto público con deuda no aumenta el ahorro de familias y empresas, sino que disminuye y aumenta el consumo y la inversión, aparte de disminuir el déficit público.

Concluyamos: estos errores se mantienen desafiando a la realidad de los hechos y a la evidencia científica. El FMI no se da por enterado y sigue insistiendo en que la consolidación fiscal incesante no es indeseable. Las anteojeras ideológicas y los intereses a los que sirve le impiden hacer otra cosa. Para muestra un botón: nuestra vecina Portugal acaba de recibir estos días un nuevo ajuste brutal por parte del FMI -con la aprobación del resto de la llamada troika, el Banco Central Europeo y la Unión Europea- en un país ya en caída libre.

* Catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid