Víctor de la Concha, expresidente de la Real Academia de la Lengua y director del Instituto Cervantes, ha elegido un vocablo la mar de eufónico para definir la forma en que se habla el español: zarrapastroso. Aprovechaba el contraste de presentar "El libro del español correcto", que propone la elegancia en el lenguaje, para recordarnos que somos desastrados cuando lo usamos.

Entre la globalización, las series televisivas, los mensajes de móvil, el intercambio con foráneos, el olvido de la sintaxis, las inmersiones lingüísticas y otras circunstancias, el lenguaje se resiente. Dicen que se escucha mejor español en Colombia y otros países de ultramar que en Valladolid, que es la ciudad donde mejor castellano se habla.

Coincide el toque de atención de Víctor de la Concha, cuyo instituto tiene por misión que cada vez hable español más gente en el mundo -es el mayor patrimonio de quienes nacimos en este país-- con un gran lío desatado por el ministro Wert, por la enseñanza del castellano en las autonomías.

El objetivo de la proyectada ley educativa es que se estudie el castellano en las condiciones mínimas exigibles en todo el territorio, sin suplantar a las lenguas vernáculas. Propuesta que, al margen de su constitucionalidad, es posiblemente el mejor favor que pueda hacerse a los alumnos de las autonomías, que tendrán que salir a trabajar a otras partes de España, donde es la lengua común, o a América, incluido EE UU, donde el español ya es el segundo idioma.

Uno de los aciertos que cabe apuntar al presidente de la Xunta es haber evitado, cuando era oposición, que Galicia se embarcara en el desenfreno estatutario, que recorrió la península durante el debate del texto catalán. Pese a los esfuerzos del gobierno bipartito por entrar en aquella batalla, lo paró con sus objeciones.

Como consecuencia quedó el camino expedito para que, en la pasada lesgislatura, pudiera acometerse la reforma educativa, con la implantación del bilingüismo en la práctica, que satisface a la sociedad gallega, aunque trinen los radicales de los extremos.

El gran follón que se ha vuelto a organizar en Cataluña por las propuestas de Wert, pone de manifiesto el acierto gallego. La tierra del seny parece haberse convertido en la del alboroto.

El rechazo frontal de los partidos catalanes dominantes revela un trasfondo sectario, y de paso la hipocresía de unos políticos. Según propia confesión, no envían a sus hijos a la enseñanza pública, sino a colegios privados de alto standing -inglés, alemán, italiano, francés-, donde también se enseña un buen castellano. Para el pueblo soberano defienden con uñas y dientes la enseñanza pública de exclusiva inmersión lingüística.

Esa postura deshonesta, cuando se trata del futuro de niños y jóvenes, que van a convivir con hispanoparlantes, pero a los que se detrae el idioma común por cuestiones ideológicas, valoriza las políticas gallegas: el bilingüismo que se habla en la calle.

Lo querían maestros como Torrente Ballester, académico de la española, y Julio Sigüenza, de la galega, cuando en los años sesenta, a preguntas de este periódico, abogaban por el uso equilibrado del español y el gallego. Es la forma de expresión de la gente.

Tratar de imponer el idioma autóctono sobre el de uso común en un mundo globalizado, puede interpretarse un gesto de coherencia identitaria y sentimental, pero es dejar a los pies de los caballos a quienes tendrán que convivir en otras comunidades de España. Tampoco basta el inglés, como argumentan los que priman las vernáculas, porque el castellano es un idioma mayoritario.

Las políticas de la racionalidad y del sentido común, que defienden los intereses generales, tienen que prevalecer sobre las particulares, pero cuando está en juego el futuro de los chavales en formación, es una obligación que no admite excepciones.

El buen uso del lenguaje está en proporción directa con su conocimiento. Por tanto, urge la aplicación de una enseñanza de calidad para evitar la dicción zarrapastrosa.

Antaño se tenía a gala hablar un castellano de Valladolid, un inglés de Cambridge o un francés parisino. Con el mejor acento. En estos tiempos se otorga menos importancia a las delicadezas idiomáticas. Por eso el director del Cervantes afirma que se habla un castellano indecente.

Pero es el cordón umbilical. La tragedia sería no entendernos. Por eso es un imperativo ciudadano salvaguardar el bilingüismo y disponer de las bases educativas para que todos los que vivimos en este país nos comprendamos sin necesidad de traductores. Por suerte, en Galicia, esto no es una prioridad.