Es una expresión, ésa de "ataques selectivos", que, debo confesarlo, me produce enorme repugnancia. Empleada de manera hipócrita por quienes los lanzan, ¿por qué han de repetirla como papagayos y de modo totalmente acrítico los medios internacionales anglosajones y con ellos la prensa de nuestros países?

¿Qué tienen de "selectivos" unos ataques que además de alcanzar aquél contra el que iban dirigidos --cuando aciertan-- se llevan por delante a civiles, a niños, a mujeres embarazadas y a cualquiera que por mala suerte se encontraba cerca del lugar del impacto del proyectil?

Eso sin tener en cuenta el crimen que supone el simple intento de eliminar físicamente a alguien, aunque sea el peor terrorista del mundo y se llame Bin Laden, sin someterlo a juicio ante un tribunal por los delitos que haya podido cometer.

Los supuestos ataques selectivos han producido en las últimas jornadas más de medio centenar de muertos, en su mayoría civiles de todas las edades, entre los palestinos de la franja de Gaza. Y una y otra vez escuchamos al portavoz israelí de turno explicar que se toman siempre las máximas precauciones a la hora de responder al ciego lanzamiento de misiles sobre sus poblaciones por los palestinos.

Gaza es una caldera en ebullición. El gran lingüista e intelectual judío norteamericano Noam Chomsky, a quien la derecha israelí no perdona la supuesta traición a su pueblo por sus críticas a la política de aquel Gobierno, ha calificado ese territorio como "la prisión al aire libre más grande del mundo".

Lo que allí ocurre, lo que les pasa a los palestinos también en Cisjordania, no admite, según él, otro calificativo que el de un "castigo colectivo", algo que está rigurosamente prohibido por el derecho humanitario internacional.

Como en otras ocasiones, los medios internacionales, y con ellos las grandes capitales occidentales, empezando por Washington, han justificado los últimos ataques israelíes sobre Gaza como una respuesta a los proyectiles lanzados por los palestinos.

Chomsky y otros observadores como él han acusado a los grandes medios, los que dominan la información internacional, de silenciar muertes de civiles previas como la de un niño palestino de trece años cuando jugaba al fútbol el pasado 8 de noviembre.

Da igual quién empezó. Es una violencia que se retroalimenta, en la que no hay un solo culpable, pero sí una situación insostenible por inhumana y es la que sufre la situación civil de Gaza, una población aislada y diariamente aterrorizada por el sobrevuelo de los aviones no tripulados o los F-16.

Nunca tendrá justificación el lanzamiento indiscriminado de misiles sobre Israel, ni los ataques suicidas, ni cualquier ataque terrorista. Nunca estarán justificados los llamamientos a la destrucción del Estado judío. Merecen la más inmediata y enérgica condena.

Pero lo que sucede en Gaza, lo que pasa en Cisjordania, convertida en un queso Emmental con cada vez más agujeros por la proliferación de nuevas colonias judías, es insostenible y del todo intolerable.

Y el mundo occidental mira para otro lado, hace los oídos sordos. Y sólo reacciona, y además hipócritamente, cuando se produce, como ahora, una nueva llamarada.

Todo el sufrimiento del pueblo judío a lo largo de la historia y especialmente durante el Holocausto, con sus millones de muertos en los campos de concentración y las cámaras de gas, no justifican el trato que se está infligiendo a un pueblo como el palestino que nada tuvo que ver con aquellos crímenes. Cuando la antigua víctima se torna en victimario, algo va mal, muy mal.

Y sobre todo cuando los políticos y los medios llaman hipócritamente "proceso de paz" a lo que no es sino la tolerancia indefinida de una situación a la que hace tiempo que se habría puesto remedio si la víctima y el victimario fueran otros.