Reconozco que de un tiempo a esta parte he cambiado de actitud ante la vida y ya no considero importante hacer cosas pensando en que algún día pueda recordarlas. Supongo que eso me ocurre porque estoy en una edad complicada en la que las cosas que antes me causaban remordimientos, me producen ahora gases. Recuerdo haber ido al retrete con papel y lápiz porque la de la defecación era casi siempre una innegable oportunidad para la creación literaria. Ya hace tiempo que desistí de eso. Renuncié a las expectativas literarias del retrete cuando comprendí que a cierta edad lo que cabe esperar en la vigilia del baño no es la feliz irrupción de la literatura, ni siquiera la fina hebra de una simple aforismo, sino la posibilidad de encontrar sangre en las heces. Aquel malestar interior que en los buenos tiempos de la disipación existencial y de los malos hábitos anunciaba la inminencia de una frase, la víspera incontestable de una idea acaso singular o brillante, podría tratarse ahora del síntoma inquietante de un cáncer de colon, de modo que quien se interesaría por esas sensaciones no sería el pedante crítico literario, sino el cabrón del radiólogo. Así son las cosas cuando corren como galgos los días y es obvio que se nos acaba el tiempo. ¿Cómo plantearse grandes objetivos si cada vez que sales a la calle te dan sobre todo en la vista las funerarias, el marmolista y los notarios? ¿Cómo explicarse que, como sin darse cuenta, el camarero te entregue cada mañana con el café el periódico local abierto por la página de las esquelas? ¿Y que decir del agente de viajes, que si le pides su opinión te aconseja como destino prioritario un lugar cercano, supuestamente, digo yo, para no encarecerles a los tuyos la repatriación de tu cadáver?

Comprendo que la situación a la que me enfrento es nueva y sé que en este pesimismo existencial lo razonable será que el librero me recomiende una novela con pocos personajes, un texto sin pretensiones que requiera poca atención, uno de esos libros escritos a oscuras que ganan mucho empleados como combustible para avivar el fuego de la chimenea. Incluso esta columna me viene hoy demasiado ancha y prefiero acabarla antes de que el jefe de la sección de opinión del periódico considere que los artículos de un tipo como yo solo tendrían que ser publicados con relativa urgencia, y con las dobleces de un pañuelo, en el periódico de ayer.

jose.luis.alvite@hotmail.es