Vuelvo de presentar un libro y de pasear por una de esas librerías que, quizás por estar cada vez más acuciadas por la disminución de ventas, reaccionan ofreciendo un paisaje visual incitante, seductor. Por un lado, los libreros se encargan de ordenar los espacios para hacerlos atractivos y accesibles al visitante; por otro, las editoriales han llegado a un nivel tan exquisito en la ilustración de sus productos que si caminas entre las estanterías y mostradores puedes sentir una sensación similar a un recorrido por una alameda o un jardín florido lleno de colores y aromas sugerentes. Hoy el común de la ciudadanía pasa su tiempo libre en esos nuevos templos de la homogeneización contemporánea que son los grandes centros comerciales, pero aún quedan muchos resistentes a la masificación que hallan un gozo indescriptible en el paseo relajado y sin prisas entre libros, dejándose asombrar por toda esa visión panorámica que proporcionan sus títulos y los diseños gráficos de sus portadas.

Yo amo los libros desde la época de la sociedad del bienestar, mucho antes de que se hubiera reinstaurado la mano de obra esclava. Entre los que me llegan a casa me deslumbran los que me envía la editorial madrileña Impedimenta, que me parecen de una elegancia gráfica y una selección temática admirable, y que guardo en una estantería a la espera de un año sabático para poder degustarlos. Se los debemos a Enrique Redel, que huyó de la abogacía para atender su verdadera vocación: hacer maravillas de papel. Hay otra editorial que me llega y que me encanta en portadas y contenidos y es Rey Lear, del periodista leonés avecindado en Madrid Jesús Egido y de cuya colección Breviarios tengo en las manos "Diez minutos antes de la medianoche", de Jardiel Poncela. Egido vio que cada vez estaba peor pagado el periodismo y prefirió arruinarse por sí solo en el mundo editorial. Aún no lo ha conseguido y, mientras no ocurre, disfrutamos de su intuición e ingenio. Gusto mucho también de los libros de Reino de Cordelia, que luego me enteré que es otro retoño editorial del mismo Egido, y de la que tengo delante "La Raspa Mágica", de Dickens, en una edición que respeta el formato y diseño originales de la inglesa de 1921. Podría citar otros que tengo al alcance de la mano como una reedición de "La casa de Lúculo", de nuestro Julio Camba.Recién llegado de otra editorial, Nowtilus, tengo el "Amadís", esa novela por excelencia del género de caballería que Fernando Bartolomé ha puesto en el lenguaje moderno sin perder el hálito de la obra clásica en un trabajo meticuloso y artesanal. En las casas actuales apenas hay libros (hay quien me ha dicho que no los acumula porque cogen polvo) y a mí me sobran, pero Dios le da pan a quien no tiene dientes, y yo no tengo tiempo de hacer frente como quisiera a tan deseables lecturas .

Verdad es que uno podría hacer "bookcrossing", esa moda de soltar un libro en una ciudad para que cualquier persona que lo encuentre y así lo desee pueda leerlo, lo libere posteriormente. y siga el proceso. Sería un modo de socializar la lectura y, ya puestos, de poder caminar por lacasa sin riesgo de tropezar con los que yacen por el suelo apilados como los "homeless" en las plazas públicas, sin estantería en que refugiarse. Pero con tanto Twitter y Facebook, con tanta red social vociferando en la pantalla del ordenador, empiezo a dudar que alguien los coja y a sospechar que quedarían para siempre a la intemperie. Y, en cualquier caso, lo haría con títulos que me son indiferentes, jamás con algunos que quiero que me acompañen hasta siempre, o con colecciones que esperan implorantes un tiempo de mirada reposada. Tras cada uno de ellos hay un esfuerzo, una ilusión sostenida que merece respeto y no me imagino en una de esas casas cuyos moradores consideran al libro un objeto alienígena, portador de polvo. Esas casas, eso sí, llenas de pantallas, en las que no se conoce el silencio reflexivo de un libro sino solo los cotilleos de corrala de programas dignos de salva sea la parte.