Ambroise Paré (Bourg-Hersent, Laval 1510-París 1592), fue hijo de padres muy humildes, y al faltarle los recursos necesarios, carecía de formación académica y desconocía el latín y el griego. Por ello, hubo de comenzar a trabajar como aprendiz de cirujano barbero, actividad en la que, además de afeitar y cortar el pelo a los paisanos, a veces extraía dientes, hacía sangrías y curaba heridas. A los 17 años logró ser admitido en el Hôtel Dieu de París, un importante hospital de esa época, pero con condiciones higiénicas deplorables y muy elevada mortandad. Allí, en 1536, alcanzó el título de Compagnon Chirugien, lo que le permitió enrolarse como cirujano militar de las tropas francesas en las campañas de Italia. Gracias a su genialidad y la experiencia adquirida en estas batallas, descubrió importantes progresos en el tratamiento de las heridas por arma de fuego que incluían la ligadura de las arterias, un gran avance sobre el que editó su primer tratado en 1545. Después vendrían otras muchas publicaciones extensas e importantes, entre las que figuró la famosa Apología, magnífica pieza literaria. También hizo otras muchas aportaciones destacadas, tales como el desarrollo de técnicas para extracción de proyectiles, el diseño y uso de tubos de drenaje de abscesos, el desarrollo de bragueros y curas quirúrgicas para las hernias y la construcción de prótesis de miembros amputados. Además, su actividad se extendió al campo de la obstetricia, demostrando que era posible dar la vuelta al niño antes del parto y dentro del útero (técnicamente llamado versión interna en el parto de nalgas). A pesar de todo ello, sus mediocres colegas contemporáneos lo acusaron de falta de cultura clásica y de escribir en francés en lugar de hacerlo en latín, así como de temeridad, al contradecir las teorías clásicas. Lo cierto es que al utilizar el francés para redactar sus obras, éstas tuvieron mayor difusión. Y, a pesar de todos los detractores, alcanzó un enorme prestigio y fue nombrado cirujano real al servicio, sucesivamente, de Enrique II, Francisco II, Carlos IX y Enrique III. Posteriormente, en 1554, fue nominado miembro del Colegio de San Cosme, con lo que llegó a ser cirujano de juramento y, como colofón, en 1584 obtuvo el bonete de doctor en Medicina por la Universidad de París. La totalidad de sus obras se publicaron en Paris en 1575, pese a la oposición de su Facultad. Después se reimprimieron en varias ocasiones y se hicieron ediciones en muchos idiomas.

En resumen, Paré fue un ejemplo de tenacidad, ingenio y espíritu creativo, hasta el punto de que hoy se le reconoce como pionero de la Cirugía moderna y "padre de la cirugía francesa". Pero, esbozada su figura, lo que hoy y aquí nos interesa es su obra Des Monstres e Prodiges, publicada en 1575 –de la que existe una traducción española actual (Monstruos y Prodigios), realizada por Ignacio Malexechevería y magníficamente editada por Siruela–. La publicación de este libro provocaría en su tiempo la ira de los miembros de la Escuela de Medicina de París y una querella por supuesto atentado contra las buenas costumbres. En cualquier caso, Paré no se amilanó y fascinado por los misterios de la naturaleza y del hombre, se enfrentó en su tratado con todo lo que en su época había sido catalogado como prodigioso (y que creían real) y analizó los monstruos humanos. Para ello hizo una extensa compilación de lo aportado por sus predecesores del siglo XVI, sin separar lo verdadero de lo falso, llevado por un auténtico afán de coleccionista de monstruos, si bien con voluntad científica y espléndida calidad literaria. Cuando a finales de los 80 conocí la edición de Siruela, me pareció interesante intentar una interpretación científico-médica del libro a la luz de la teratología actual experimental y clínica. El libro de Paré está lleno de ilustraciones, porque el autor se hallaba persuadido de que el monstruo era un objeto esencialmente visual y resulta inconcebible sin imagen –Kapler C. Monstruos, demonios y maravillas. Akal, 1986–. Gracias a tan rica iconografía, era posible intentar el estudio de la malformación. Aunque el monstruo podía ser estudiado en la imaginación y/o en la naturaleza, lo que nos interesaba era el enfoque natural. Para ello busqué el apoyo de un especialista y, al igual que en otras ocasiones, lo encontré en Manuel Michelena. Con meticulosidad tratamos de deslindar lo real de lo imaginario. Tuvimos problemas porque Paré recogió las monstruosidades humanas en un solo nivel de representación, el antológico, sin plasmar los niveles anecdótico y genético. Los primeros resultados del estudio los presentamos a un concurso local de premios médicos, sin tener suerte, ¡o sí!, porque como "no hay mal que por bien no venga", elevamos la pretensión y otro tribunal nos otorgó después un premio de rango nacional. El 17 de julio de 1994, X.M. del Caño, en Faro de Vigo, contribuyó a la divulgación de nuestro trabajo a través de un extenso reportaje a tres páginas, recogiendo los resultados iniciales. El tema sería retomado un año más tarde por mi hijo, Federico Martinón Torres, que estudiaría los monstruos dobles en su memoria de grado –Lo real y lo fantástico de las monstruosidades humanas por duplicación embrionaria (USC, 1995)–, lo que unido a un expediente notable, le valdría, entre otros reconocimientos, el Premio Fin de Carrera y el de la Real Academia Nacional de Medicina (disculpen la vanidad del que además de director de la memoria, es su padre). De todo lo analizado, hoy solamente aportaré algunos ejemplos y comentarios, los que permite la extensión de esta página.

Paré atribuyo a once causas la producción de los monstruos, que son una miscelánea de tradiciones antiguas y medievales, de supersticiones, de creencias religiosas y de observación. Entre ellas figuran: la cólera de Dios, la podredumbre del semen, el engaño de malvados mendigos itinerantes o la influencia de demonios. Sin embargo, algunas sí son sostenibles en la actualidad, como las anomalías de los miembros relacionadas con la restricción o comprensión fetal, si bien éstas, en sentido estricto, serían deformidades en una parte previamente normal. Asimismo, es indudable la vigencia de la causa que se refiere a enfermedades hereditarias, ya que un número de malformaciones sí lo son y se han identificado alteraciones genéticas concretas. Entre los muchos monstruos dobles estudiados por Paré, recoge del libro Lecciones Antiguas de Caelius Rhodiginius: "dos monstruos, uno macho y otro hembra, de cuerpos bien hechos y proporcionados, salvo la duplicación de la cabeza…". Se trata de un dicéfalo con dos brazos y dos piernas, del que hay ejemplos muy próximos en la bibliografía. De Verona cita a "dos niñas unidas por los riñones, desde los hombros hasta las nalgas", cuya ilustración se corresponde con gemelos enteros iguales, con fusión por nalgas (pigópago). Asimismo, en París vio "un hombre, de cuyo vientre salía otro bien formado a excepción de la cabeza…". Es un caso de gemelos desiguales parásitos (xifopago parásito acéfalo), similar al descrito en Galicia por Jorge Echeverry. Y así continúa con una enumeración muy larga, imposible de recoger aquí, pero cuya fidelidad iconográfica se corresponde en la mayoría de los casos con los casos descritos por la teratología científica actual. De las distintas variedades, reproducimos imágenes paradigmáticas factibles en la realidad. Además, en las aportaciones de Paré se cumplen las reglas aceptadas hoy por las evidencias científicas: predominio del sexo femenino, igualdad de sexo cuando el aparato genital es doble, y en los casos de hermafroditismo y ambigüedad sexual, la veracidad en la anatomía de los genitales y caracteres sexuales secundarios además de implicaciones psicológicas. No obstante, cuando su estudio se extiende a los prodigios (a los que diferenciaba de los monstruos) ignora el concepto de especie y afirma: "Son cosas que acontecen totalmente contra la naturaleza, como una mujer que da a luz a una serpiente o un perro…".

A la obra de Paré se sumaron la de otros autores fundamentales que deben conocer los interesados por estos temas, tales como Gessner (1558), Liceti (1616) y Aldrovandi (1642), e incluso participaron en las ilustraciones teratológicas, pintores y grabadores como el propio Alberto Durero, expresión de una época de reforma religiosa, investigación científica e innovación artística.