El artista busca el límite, dándose cabezadas, desde dentro, contra el cristal de la pecera. En el caso del Tàpies maduro, un pintor poéticamente comprometido con la realidad, se trataría del límite de nuestra civilización urbana, el vertedero, donde todo lo compuesto, armado, enaltecido en forma (y por tanto en valor, en mercancía) se descompone, desarma, pierde las formas (y por tanto el valor). En el vertedero hay algo de todo: materia informe, trazos y trazas de algo que fue, restos de objetos, construcción que intenta volver a su origen mineral. Un enorme cadáver que exhala su pasado. La exhalación de las formas muertas son los signos. Se habla, con justicia, de la espiritualidad de Tàpies, y en esa misma idea hay toma de conciencia, reconocimiento en él de nuestro espíritu: materia urbana (cuerpos + cosas), que antes de regresar al polvo ha de penar purgatorio en vertedero.