Desde la muerte de Fraga, el PP ha organizado varios actos de homenaje a la memoria de su fundador. Unos, condicionados por el ritual funerario católico, y otros, por un explícito deseo de la dirección del partido de exaltar su figura de estadista y líder indiscutido de la, al fin democrática, derecha española. Una cuestión, esta última, que tiene su mérito dado que el señor Fraga fue ministro de Franco y persiguió con mucho entusiasmo y eficacia a quienes propugnaban la democracia en la que luego él se instaló cómodamente. El último, o penúltimo, de esos actos tuvo lugar el pasado fin de semana en el Auditorio de Galicia, en Santiago de Compostela. Sobre la pantalla del fondo del escenario se pasaron imágenes de la extensa actividad pública del prócer. Las de su etapa dictatorial, en tonos sepia y las de la etapa democrática, a todo color. Mientras, en el arengario, un sillón vacío sobre el que se apoya el bastón que Fraga utilizaba cuando empezó a perder la movilidad sugería de forma simbólica la obra política de este titán que como Moisés fue capaz de conducir a la derecha franquista hasta la Tierra prometida, abriendo milagrosamente las aguas procelosas de la transición que amenazaban con ahogarla. Desconozco si este empeño de hacer de Fraga la gran figura fundacional de la derecha española después de Cánovas irá a más, o si tendrá que competir con otros personajes (recordemos que Aznar reivindicó como antecedente de su PP nada menos que a Manuel Azaña). En todo caso, tendrá escasa oposición porque la derecha patria ha sido abundante en militares, o políticos, de corte autoritario, y escasa en liberales. Además, ¿quién podría acreditar en su currículum la sucesión ininterrumpida de un periodo de entusiasta servicio a la dictadura con otro, no menos entusiasta, de servicio a la democracia, de la que fue nada menos que redactor de su Constitución? Ninguno, no hay otro. Al margen de todo eso, en el acto de Santiago se dieron algunas intervenciones que hay que destacar. Por ejemplo, la de don Mariano Rajoy. El flamante presidente del Gobierno dijo de Fraga dos cosas notables. Una, que había contribuido a "poner a Galicia en el mapa", una afirmación que no se compadece ni con la supuesta, y bastante anterior, venida del Apóstol Santiago, ni con el inicio histórico del llamado Camino francés, ni con la razzia de Almanzor, ni con las guerras napoleónicas. Por poner algunos ejemplos, porque hay muchas más evidencias de que Galicia ya estaba hacía años, más bien siglos, en el mapa cuando Fraga accedió a la presidencia de la Xunta de Galicia. Y la otra cosa que quiso destacar Rajoy es que Fraga se había marchado con las "manos vacías" tras varias décadas de servicio público, y que pasó sus últimos años en un piso de noventa metros cuadrados. Sin comentarios. Pero la afirmación más inefable corresponde al señor Núñez Feijóo. El actual presidente se atrevió a confesar en público que la circunstancia de dormir en la misma habitación que ocupaba don Manuel Fraga en la sede oficial de Monte Pío "imprime carácter". Ignoro la forma en que el anterior ocupante de una habitación puede transmitir rasgos de su personalidad a los sucesivos ocupantes de la misma en hoteles, casas particulares y residencias oficiales. Después del señor Fraga, que dormía solo (como, al parecer, el señor Feijóo), ocupó esa habitación el matrimonio Touriño, que por lo visto no dejó huella de su paso. ¡Qué bobadas!