El objetivo de este artículo es hacer un análisis sociológico de algunas variables que, a mi juicio, se relacionan con la aparición del movimiento 15-M, su relación con los problemas de los jóvenes y la viabilidad del mismo. La emergencia reciente del movimiento social 15-M plantea la cuestión de los nuevos actores sociales que cuestionan la eficacia de los partidos políticos clásicos como actores capaces de integrar en su agenda las nuevas demandas sociales. Las demandas del movimiento 15-M van más allá de la agenda juvenil, pero en la génesis y el núcleo están los jóvenes. Este movimiento es un fenómeno característico de la sociedad postmoderna. Esta sociedad es el resultado de la crisis de la modernidad y el desencantamiento sobre el triunfo de la razón, la igualdad y el progreso social que preconizaba la Ilustración, que es origen de la modernidad. Supone un cambio en los valores, como el fin de los grandes proyectos e instituciones sociales y la pérdida de confianza sobre el futuro. Como decía uno de sus ideólogos, Lipovetzky: "La gente quiere vivir enseguida; aquí y ahora". La postmodernidad realza valores como la individuación (estética corporal, salud, etc.), el individualismo y hedonismo egoístas, los sentimientos (feelings) para los que no hay verdades ni límites, los deseos de libertad a todos los niveles, el rechazo a cualquier forma de autoridad y disciplina, cuestionando así el status quo político e institucional tradicional. A nivel organizativo se traduce en modelos adhocráticos caracterizados por la flexibilidad, la horizontalidad y el rechazo a lo jerárquico, como los que desarrolla el movimiento 15-M.

¿Qué factores pueden explicar la emergencia del 15-M? En mi opinión existen dos factores: la crisis de gobernanza de las instituciones sociales y la crisis económica actual que acentúan los problemas de legitimidad institucional. La crisis de gobernanza, de naturaleza cultural, afecta a instituciones consideradas, hasta hace poco, columnas vertebrales de estructuración social. Crisis como la que afecta a la institución de la Iglesia con sus escándalos y la desafección feligresa que se traduce en un acusado descenso de los matrimonios religiosos que compromete su reproducción. Crisis de la institución educativa como instrumento socializador instrumental y de normas sociales, que observa cómo crece el fracaso y el abandono escolar prematuro. Paralelamente, los alumnos bien formados encuentran dificultades para la inserción laboral. Transformaciones en la célula social de la familia, con el auge de las familias monoparentales y la crisis de legitimidad del papel tradicional del varón que obliga a reconstituir la familia sobre nuevos valores. Crisis de los medios de comunicación tradicionales desbordados por las nuevas formas de comunicación operados a través de internet y el fenómeno wikileads. Crisis del pacto social basado en que las personas que se esfuerzan y trabajan tendrán la recompensa de una posición social respetable. La crisis de la institución del trabajo, que afecta especialmente a los jóvenes, con una precariedad y temporalidad persistente y un desempleo estructural alejado del objetivo del pleno empleo. Puede ocurrir, como plantea el Fondo Monetario Internacional (FMI), que nos encontremos con una generación perdida, es decir jóvenes que, o bien no encuentran un trabajo, o bien es muy precario, por lo que sus posibilidades de prosperar son escasas. Estas incertidumbres retrasan la emancipación, la edad al matrimonio y la posibilidad de desarrollar una biografía vital respetable. Crisis del pacto intergeneracional de un reparto equitativo de los recursos públicos, porque los jóvenes están excluidos de la agenda política al no haber sido capaces, hasta ahora, de configurar un grupo homogéneo políticamente capaz de introducir sus demandas en la agenda como ha sido el caso del grupo de mayores. No podemos olvidar que los jóvenes representan el grupo del futuro y que sin su aportación a la sociedad los beneficios sociales que disfrutan los mayores no existirían. Crisis de las instituciones financieras, cuya operativa teórica basada en el cálculo y la racionalidad termina siendo irracional y tiene que ser salvada por los Estados mientras las deudas e hipotecas de los ciudadanos corrientes no los salva nadie. Instituciones y que no hace poco clamaban contra la intervención del Estado en la vida económica y ahora demandan el apoyo de lo público. La crisis de los políticos, con los casos de corrupción, despilfarro y ostentación conspicua de sus protagonistas avalada por los dirigentes de sus mismos partidos que en lugar de ser cirujanos, son bomberos de este cáncer. El partidismo de las elites políticas que no son capaces de grandes acuerdos políticos que beneficien a la sociedad en su conjunto, como lo fueron los Pactos de la Moncloa en su momento. Todos estos son factores contribuyen a una crisis de legitimidad institucional, ya sean políticas, económicas o sociales, generan desafección ciudadana y especialmente en los jóvenes que nacieron en la democracia y se caracterizaron por cierto apoliticismo. No olvidemos que las instituciones sólo son viables si cuentan con legitimidad social. Igual que los coches necesitan combustible para funcionar las instituciones necesitan legitimidad para sobrevivir.

Los jóvenes actuales se han dado cuenta de que sus problemas no están incluidos en la agenda política. De ahí el rechazo juvenil a muchas instituciones y especialmente a los partidos y la política, porque consideran que no representan sus intereses y sus necesidades. Otra cuestión es ¿cuánto tiempo durará este movimiento de protesta? Hasta ahora se ha apoyado en las nuevas tecnologías de la comunicación para generar la masa crítica de apoyo a las demandas. Como todo fenómeno social es difícil de predecir su recorrido, pero el factor liderazgo posiblemente sea determinante. En la medida en que sean capaces de articular una agenda con demandas, tengan la capacidad de movilización y apoyo ciudadano y un liderazgo, que no tiene porque ser unipersonal, con capacidad para generar ilusiones tendrán posibilidades de que sus demandas sean incluidas en la agenda política. El problema de estos movimientos, como formas de organización postmodernas, es el rechazo a los liderazgos, pero sin ellos el movimiento tiene fecha de caducidad.