Suelen asombrarse nuestros amables visitantes de que los gallegos estemos siempre con el “carallo” en la boca, dicho sea, como es natural, en el sentido estrictamente figurado de la expresión. De esa singular tendencia a introducir el miembro viril en cualquier charla -y no en las oquedades que le son propias-, muchos de ellos deducen que Galicia es un país fálico y tal vez un poco misógino, pese a su vieja fama de matriarcado en el que las mujeres ejercen el mando en plaza. Tampoco hay que exagerar.

Ocurre simplemente que el vocabulario sexual de los galaicos es mucho más variado y fértil cuando se trata de describir los órganos de las damas que en el caso de los caballeros. Antes que machismo -aunque también-, esa sería una mera cuestión de preferencias lingüísticas y, si acaso, eróticas.

Algo de esto desveló el ya infelizmente desaparecido Vieiros, un portal de Internet que tiempo atrás tuvo la paciencia -y la lujuria- de inventariar en un catálogo los muchos nombres que se le dan en Galicia a esas partes del cuerpo que hemos convenido en llamar pudendas. El resultado de la pesquisa, además de divertido, valió también para refutar la vieja creencia de que los gallegos somos gente de carallo a fuerza de usar constantemente esa palabra.

Pues no. Contra lo que pudiera parecer, son solo 64 los sinónimos que en gallego se utilizan a modo de denominación de origen para aludir al pene: una cifra más bien módica si se confronta con los 103 nombres disponibles en nuestro vocabulario carnal por lo que toca a la vulva. Poca misoginia parece esa.

Otra cosa es que una sola palabra -la entrañable carallo- baste en Galicia para expresar prácticamente cualquier idea o sentimiento. Versátil hasta el extremo, ese término totémico con el que los gallegos lo dicen todo es uno de los escasos vocablos que en sí mismo constituyen un lenguaje. Somos, literalmente, un país de carallo que puede describir la inmensidad del universo con esta simple y no demasiado malsonante palabra.

El carallo -con perdón- es un comodín que los naturales de este reino utilizamos para manifestar las más variadas emociones. Si uno pretende poner énfasis, por ejemplo, en la excelencia de algo -persona, animal o cosa-, le bastará con exclamar admirativamente que “está de carallo”. Pero también se puede decir exactamente lo contrario sin más que una ligera variación, a saber: “Non vale un carallo”.

Un gallego puede estar “escarallado”, ya sea física o moralmente; pero también suele escarallarse de risa, que viene siendo más o menos lo contrario de lo anterior. Parecida ambivalencia se da en los términos “carallán”, que es un tipo jaranero y algo cantamañanas y “caralludo”, que, por el contrario define a un sujeto serio, formal y de buena conducta.

No ha de extrañar que una palabra tan copiosa en significados sirva para demostrar simultáneamente la admiración -“¡Róncalle o carallo!”-, la sorpresa -“¡Manda carallo!”- e incluso la decepción -“Ai, qué carallo…”-, según sea la fórmula que se emplee en cada momento. El escepticismo se resume muy bien en la expresión: “Polo carallo”, el misterio en la enigmática sentencia: “Éche cousa do carallo” y el capricho en la no menos famosa: “Saíume do…” eso mismo.

Por si todo ello fuera poco, el carallo puede utilizarse también como unidad de medida de las distancias -“queda no quinto carallo”- y hasta tiene inesperadas aplicaciones en el ramo de la meteorología, según hizo notar allá por los años ochenta el profesor Antón Reixa en su sonado tema “Fai un sol de carallo”.

Una sola palabra basta para entenderse y decirlo todo en Galicia, como bien se ve. Tanto, que el día que nos prohíban el uso -verbal- del carallo, igual nos quedamos mudos por falta de léxico.

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