Gadafi ha sido declarado fuera de la realidad a partir de una entrevista con una cadena de televisión estadounidense en la que proclamó que su pueblo le amaba. La realidad es un espacio lleno de ficciones –ideologías, religiones, fantasmas personales y colectivos– que determinan los demás por fuerza o mayoría.

Hace un mes Gadafi –siendo igual de Gadafi– estaba dentro de la realidad de gobiernos, organismos internacionales y medios de comunicación, a pesar de todos los esfuerzos del líder libio por hacernos notar a simple vista que pertenecía a la ficción y que era el dueño de la discoteca "Trípoli" vigilada por dominatrices que dejaban entrar gratis a las chicas vírgenes.

Desde hace una semana una parte de los ciudadanos se ha levantado para plantarle cara pero, en la realidad de hace dos semanas, Gadafi era un tirano dentro de la realidad interior y en la exterior un mandatario excéntrico al que se dejaba cometer tropelías siempre que fueran con su gente. Ahora está fuera de la realidad, sépalo, lector, por si acaba de salir de un coma de dos semanas o no presta demasiada atención a las noticias.

La realidad es un estado temporal que se fija en el presente y se mueve muy rápido. El espionaje es un trabajo prestigioso aunque sea incapaz de prever qué sucederá mañana, como venimos constatando desde la caída del muro de Berlín, el 11-S, el fraude inmobiliario y la crisis financiera o la traca panarábica. También ignoramos muchas cosas de lo que ha pasado –y eso da sentido a Wikileaks y a que sigamos añadiendo interrogantes y entretenimiento al 23-F. En cambio el presente se fabrica al instante y al acuerdo que produce lo llamamos realidad.

En este presente, Gadafi es un recuerdo desagradable que se resiste a irse y molesta porque no ha sido reemplazado por un relato más confortador. Por eso antes de expulsarlo del cargo lo hemos declarado fuera de la realidad.