Además de maldicientes, los vecinos de este país somos gente muy malhablada y devota de los juramentos, según acaba de descubrir Nelly Huang, una singapurense de Singapur que ha escrito un curioso decálogo con los tacos más usados por los españoles para sazonar la conversación. Huang, residente en Granada, se tomó el tiempo y la molestia de recopilar las diez groserías que cree haber oído con más frecuencia en España: y el resultado es un divertido florilegio que arranca con el clásico "joder" y termina en la algo más reciente expresión: "¡De puta madre!".

No se trata exactamente de una novedad, si tenemos en cuenta que Camilo José Cela dedicó tres tomos de su "Diccionario secreto" a glosar casi todas las palabras y expresiones malsonantes del castellano. Y eso que corrían los pacatos años sesenta del pasado siglo cuando el Nobel de Padrón se empeñó en acometer esa escatológica y a la vez hercúlea tarea de rescate del lenguaje popular. Fue él quien nos ilustró, un suponer, sobre el correcto sentido del término "cojón", gloriosamente descrito como "glándula genital del macho que, en el individuo bien constituido, se presenta formando par". Nada que ver con la sosa definición de la Real Academia, desde luego.

Menos interesante desde el punto de vista del léxico, el decálogo de Huang resulta a cambio muy útil para descubrir lo chocantes que –vistos desde fuera– resultan los hábitos lingüísticos de los españoles. Para los que aún no habíamos caído en la cuenta, la singapurense anota la dificultad de escuchar en España una sola frase entera sin el apoyo de un par de tacos a modo de muletillas para sustentarla. Y no sólo eso. El vocabulario "alarmantemente rico" en malas palabras que se emplea por aquí lleva a Huang a afirmar que los españoles, a fuerza de malhablados, han llegado a ser uno de los pueblos con mayor potencia expresiva del mundo.

La costumbre de aliñar la charla con sobreabundancia de palabrotas sería, por otra parte, un rasgo típicamente español: o al menos así lo cree la autora del decálogo nacional de groserías. Observa Huang, por ejemplo, que los latinoamericanos son mucho más comedidos en el uso del lenguaje y evitan los reniegos en presencia de familiares, gente mayor y otras personas de respeto. Todo lo contrario, al parecer, que los españoles sueltos de lengua a quienes en Venezuela y México suele reprochárseles –con extraño símil boxístico– su tendencia a "hablar golpeado".

Lejos de afearnos tal conducta, Huang confiesa su fascinación por la "apasionada" si bien algo abrupta manera de hablar de los vecinos de este país que siempre tienen a flor de boca un coño, un joder o un mecagüentodo con los que dar picante a la conversación. E incluso advierte que las cosas no siempre son lo que parecen, según demuestra el carácter admirativo de la expresión: "¡De puta madre!" habitualmente utilizada en España para ponderar las virtudes de una persona y no a denigrarla, como algunos extranjeros poco duchos en castellano pudieran creer.

En realidad, el pueblo no hace otra cosa que seguir la larga tradición literaria de esta España en la que Cervantes hizo que el Quijote y Sancho frecuentasen la imprecación "hideputa", utilizada unas veces como insulto y otras como término de admiración. Por no hablar ya, claro está, del Quevedo que dedicó todo un tratado a glosar las "Gracias y desgracias del ojo del culo". O del antes mentado Cela, autor de un relato basado en "La insólita y gloriosa hazaña del cipote de Archidona" que narraba las aventuras un tanto desaforadas –pero reales– de cierto miembro viril que alcanzó fama tras desatar una copiosa nevada de esperma en el interior de un cine.

Cierto es que ya no van quedando ingenios de ese calibre, pero a cambio España es aún el paraíso del taco y de las expresiones escatológicas en general. Potencia expresiva llama a eso la fascinada Huang.

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