Opinión | Escambullado no Abisal

¿Y tú, de quién eres?

Armando Álvarez

Es una pregunta muy nuestra. "E ti, de quén es?", preguntan las abuelas por conocer la estirpe del muchacho. Es más un mecanismo de seguridad que afición al cotilleo. Nos asusta la individualidad. Un tipo desconocido plantado en la plaza del pueblo o ante el ascensor ha de ser por fuerza un malhechor. A menos, claro, que podamos encuadrarlo en una familia concreta. Si sabemos de quién es hijo, sobrino o nieto, ya lo sabemos todo de él. Los defectos y virtudes de las generaciones que le precedieron le son adjudicados de inmediato. Incluso las querellas de este ferrado de más o menos, de este mojón movido hace cien años.

Nuestros políticos son abuelas preguntando "e ti, de quén es?". Lo hace Lete, que es un maestro del birli-birloque, un alquimista de la subvención. Funde varias, cambia fechas, las repinta y asegura que le sale el mismo dinero o incluso más. No es lo que opinan los clubes, aunque nadie se atreve a decirlo en voz alta. La mano que firma los cheques es la mano que mece la cuna. Lete recibió un acuerdo de reforma de las pistas de Balaídos y lo convirtió en una comisión preliminar. ¿Cómo no temerlo?

Así que Gómez Noya no cree en represalias y yo tampoco querría. Era Lete el que pretendía apadrinar a David Cal en Madrid cuando la furibunda checa lo perseguía en Galicia. Era su Partido Popular el que lo consideraba un exiliado político si se iba a entrenar a Asturias. Cal se prestó al juego. Le gustó sentirse el brazo incorrupto de Santa Teresa enarbolado en la cruzada contra la hidra roja. Presentarse en la lista de las próximas municipales ha sido la postura más coherente que ha adoptado. Noya huye de etiquetas y manejos. Ambos adoptan posturas legítimas. Y a ambos, si cumplen las reglas, no se les debiera premiar ni sancionar más allá de sus indudables méritos deportivos.

El PP peca de lo que denunciaba. También los demás. Es un mal patrio, cosanguíneo. Los dirigentes deportivos vigueses, por ejemplo, llevan tiempo al borde del delirio. Rezar a Dios y al diablo es una habilidad gallega. Rezarle al alcalde, al teniente, a la Deputación y a la Secretaría provoca esquizofrenia. Cualquier sonrisa al otro se malinterpreta, cualquier fotografía se convierte en un problema diplomático. El político necesita lo que la abuela: saber de quién somos. Y si no somos de nadie, sospecha. Nos lo acabarán tatuando en la piel al nacer.

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