Opinión | Crónica Política
Los dramas
Javier Sánchez de Dios
Así que, por si no bastase con lo que cae desde hace casi tres años, este país encara el próximo con otra racha de agresiones a sus economías domésticas, desde la subida de tarifas del gas y la electricidad, aparte la del petróleo, que lleva meses en alza, hasta las de los precios del transporte, autopistas o hipotecas. Y, lo que aún es peor, todo eso aderezado por otra agresión dialéctica: la de un adjunto del Gobierno central para el que "no debe hacerse un drama" de lo que ocurre.
Así las cosas, no ha de extrañar que sean cada vez más, según dicen las encuestas, quienes creen que el drama principal, aparte de la existencia de casi dos millones de familias españolas en las que no hay ningún salario, la permanencia de un gobierno que recorta las libertades, burla las leyes, incumple sus compromisos y se aferra al poder alegando que trabaja para aplicar remedios cuando es evidente su incapacidad para encontrar alguno.
Dicho eso, y sin la menor intención de alimentar la angustia o redactar un catálogo de dramas, no es posible eludir hechos como la eliminación de la ayuda a los parados sin prestación mientras aumentan las ayudas a los cursos de formación, que no son sino una financiación más o menos encubierta a sindicatos y patronal. Y que nada tienen que ver con el fortalecimiento de instrumentos democráticos, como replican, con desvergüenza sin igual, esos "agentes sociales".
En términos de Galicia ese panorama es todavía más grave en la medida en que, como se ha dicho muchas otras veces, aquí los salarios son más bajos que en el resto de España y por tanto las pensiones también. Y como la media de edad es mucho más alta, y la población está muy dispersa, las condiciones sociales son peores y su atención más costosa para las arcas públicas, lo que complica la aplicación correcta de la Economía política.
Llegados a este punto, parece evidente que aparte de las exigencias que hayan de hacerse al Gobierno central, el autonómico gallego tiene obligaciones específicas, entre ellas la de priorizar necesidades abundantes para la asignación de los cada vez más escasos recursos disponibles. Y eso, probablemente, habrá de hacerlo modificando sus estrategias para anteponer las personas a las cosas y la realidad a los deseos.
Por poner un ejemplo -y llega la hora de plantear así las cosas- simple, que no simplista: si no hay dinero suficiente, ¿no sería preferible atender a los dependientes que subvencionar líneas aéreas?
¿Eh...?
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