Opinión | Escambullado no abisal

La bala mágica

Armando Álvarez

"¿Dónde estabas el 11 de julio?", se preguntará en España, como se pregunta en Estados Unidos por el asesinato de Kennedy. Los tiros de Oswald despojaron al pueblo americano de su inocencia; el tiro de Iniesta se la devolvió al español. La verdad aparente de ambos acontecimientos no contenta y deriva hacia la conspiración. En el magnificio estaban todos y todos lo niegan: CIA, Hoover, Castro, mafia, industria armamentística; de aquel segundo de soledad de Iniesta en el Soccer City, por contra, todos se sienten cómplices y lo reclaman a voz en grito.

Véanse en Santiago las fotos del "y yo también". Hasta al Apóstol lo enredan, del Matamoros con tizona al Matacalvinistas con balón. Creo más en las matemáticas que en Dios, más en la aleatoriedad que en el destino. Quizás sean la misma cosa. En ninguna teoría cósmica me caben los Meana, que se asoman por el borde, tío y sobrino, ventrílocuo y muñeco. Puede que el Tribunal Superior haya repuesto a Julio Meana en la presidencia de la Gallega. Nadie le puede reponer la moralidad malvendida en su pernicioso mandato. Su pervivencia es un recordatorio doloroso de las miserias del fútbol gallego.

Los Meana seguirán "ad eternum". El uno heredará al otro, hasta el Meana que está por nacer en una cadena genética sin fin. Controlan el sistema. Lo han adaptado a sus necesidades. Sienten la Federación como patrimonio. Villar no acudió a la Catedral en ofrenda, sino a ungirlos. Los alimenta como a todos los que lo sostienen.

Villar no peregrina. Ha salido en procesión con la Copa del Mundo, con la que bendice a los adeptos y anatemiza a los críticos. España se ha convertido en rehén de ese objeto dorado, como lo hubiera sido del reparto de sedes si le hubieran concedido el Mundial. Vigo, por su inquina hacia Santi Domínguez, se sabía excluida. Dádiva y castigo, lo que Don Ángel quiera. Aún le queda la prometida visita de la selección a Pasarón en bandolera. Havelange aguantó hasta los 82 años al frente de la FIFA. Villar tiene 60. Su gerontocracia es tierna. Las Rozas será su Kremlin o Vaticano.

Cuando Iniesta preparó su derechazo apreté el brazo de mi padre. Sentí que golpeaba aquel balón. Como todos, imagino. Empujamos incluso en nombre de los que se fueron soñando ese instante, quizás el abuelo que nos llevó al fútbol por vez primera. Lo que no supe entonces es que también Villar y Meana estaban metiendo el gol, su "bala mágica", y planean exprimirlo hasta el tuétano.

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