Vaya ganas de matar

Hasta tal punto sabemos que los señores de la economía dominan el mundo sin que los políticos rasquen bola que ya nadie dice "si yo fuera presidente". Esa expresión antañona se usó tanto cuando gobernaba Felipe González que hasta la televisión monopolística tuvo un programa titulado así.

Por ingenuidad democrática general todos los españoles creímos a Felipe González capaz de todo (de todo lo bueno y de todo lo malo, según adscripción ideológica), pero ahora sabemos que mientras él era presidente lo que deseaba era asesinar. Siempre siguiendo de cerca las palabras de sus dos últimas declaraciones, González se quedó con grandes ganas de matar. A sus dudas sobre si acertó al no haber liquidado a la cúpula de ETA una vez que se lo ofrecieron une ahora –en Vanity Fair– sus deseos de haber hecho estallar el coche de los etarras que cometieron la matanza de Hipercor con los terroristas dentro.

Es cierto que si hubieran explotado ellos antes de entrar en el aparcamiento del centro comercial barcelonés no habría habido que lamentar la muerte de 21 inocentes, pero también que, puestos a ser presidente del Gobierno y desear, una buena detención y desarticulación hubiera estado fenomenal. González quiere decir que nunca fue responsable de matar a nadie, directa ni indirectamente, pero añade que se quedó con las ganas. Ay, si no hubiera sido presidente.

Esta furia asesina retroactiva e hipotética no puede ser buena. Todos hemos de vivir con nuestras frustraciones, unos por no haber sido presidentes, otros por no haber matado. Y la vida sigue. Pero el furioso asesino hipotético no se dedica a hacer joyas en ratos libres –que también–, sino que preside el comité de expertos que idea un futuro para Europa y está en el consejo de administración de Gas Natural. Mete miedo un perfil agresivo tan agresivo en dos consejos tan altos. ¿Está en ellos por eso?