Opinión

Es la guerra

Camilo José Cela Conde

La revelación por parte de Wikileaks del material clasificado del Gobierno de los Estados Unidos no es una guerra: se trata sólo de la primera batalla de lo que sí que parece un conflicto bélico capaz de sustituir no ya a las guerras tradicionales, que murieron con el siglo, sino a la mucho más compleja confrontación entre el terrorismo y los estados soberanos. La nueva guerra se libra ahora en un terreno aún más escabroso y resbaladizo que las montañas afganas o los aeropuertos de medio mundo. Sus contrincantes son también mucho más borrosos. Porque de lo que se trata es del pulso que están echando los usuarios del universo virtual de la red de redes –Internet– a través de conflictos que convierten en juego de niños la estrategia de los tanques y cañones. Ya de entrada, cuesta identificar a los contrincantes. Julian Assange tiene cara y manos, es decir, huellas digitales, sí, pero sus aliados forman una multitud anónima a la que se identifica sólo por esas otras huellas, llamadas también digitales gracias al poder de la metáfora, que dejan sus herramientas de cómputo. Y del otro lado, ¿quiénes están? ¿Los gobiernos? Pero, ¿qué es eso?, ¿quiénes nutren sus filas? ¿Los ministros? ¿Los funcionarios que llevan a cabo las tareas burocráticas del día a día administrativo?

La segunda batalla de la nueva guerra se está librando en nuestro país gracias a una ley que sí que tiene, como en el caso de Wikileaks, nombre propio: la ley Sinde, aun reducida a una disposición final de otra ley de título mucho más pomposo e impreciso: la de Economía Sostenible. La pugna no se refiere a sostener la economía, tarea propia de cíclopes, sino al arma que quiere el Gobierno para cerrar páginas web. Se trata en principio de impedir la piratería, porque las páginas susceptibles de ser cerradas sería aquellas que ofrecen la descarga de películas y canciones violando la propiedad intelectual. Pero la razón última de las guerras puede ser tan oscura y absurda como el rapto de Helena por parte de Paris. De lo que se trata en realidad es de incendiar Troya, o intentarlo, y ahí ya cabe todo. De entrada, el ataque de los "hackers" a las otras páginas, las institucionales.

Internet, espacio virtual, "hackers", páginas web, ciberataques... La primera batalla que parece haberse perdido es la del idioma pero, a estas alturas y con las palabras sustituidas por simples letras en los mensajes sms, eso no va a preocupar a casi nadie. Lo que aterra, o al menos intriga, es el asunto de los daños colaterales que nos pueden caer encima cuando el campo de la contienda es el de nuestras propias casas y los fortines son las computadoras a las que confiamos nuestra vida intelectual. Acusarnos a todos los ciudadanos, como a Assange, de delitos sexuales va a ser difícil, pero lo peor que tienen las guerras es que no se conoce el alcance que pueden tener las balas perdidas. Ya de entrada, la Ley de Economía Sostenible es materia de naufragio. Wikileaks sigue soltando su marea informativa. Y lo que va a pasarnos en esa pelea multitudinaria de gallos, no lo sabe nadie.

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