Opinión | VINO Y ROSAS
El año que vivimos religiosamente
Salvador Rodríguez
El tiempo pasa, y tan deprisa, que por mucho esfuerzo que nos haya costado contárselo en las páginas de esta revista, para muchos de ustedes (digo, de nosotros también) este 2010 que agoniza y se apresta a morir de viejo esta próxima semana se resume en apenas un segundo: "¡Gol de Iniesta!". Y eso vale tanto para futboleros como para no futboleros, para ateos, agnósticos, católicos, musulmanes, budistas o partidarios de la Cienciología, para quienes la vida es eterna en cinco minutos y para los que veinte años no es nada, para los que echando un vistazo al pasado se horrorizan gritando "¡Y parece que aún fue ayer!" (Los Suaves) y para los que en cada conversación, cada verso, cada abrazo, se impone siempre un pedazo de razón ("Años", por Pablo Milanés). El momento justo en que Andrés Iniesta introdujo el balón en la portería de la selección holandesa, ese momento, eso, y la dedicatoria al amigo que ya no está (todos tenemos nuestros Jarques), la ternura del hijo de Vicente Del Bosque, la cerveza derramada sobre nuestras camisas, el tabernero que invitó a otra ronda, la alegría dibujada en la cara del abuelo y el llanto del bebé que lloraba y no sabía por qué, pero ya se enterará sin acordarse cuando todo se olvida...todo eso fue este año que se va para no volver, un año que vivimos religiosamente porque el fútbol, quiérase o no, es una religión (palabra de Jesús Gil, RIP), y aunque Karl Marx tuviese razón al opinar que la religión es opio, no es menos cierto que los humanos debemos reconocer que somos incapaces de vivir sin el ejem...! periódico o habitual consumo de drogas.
En Galicia ha sido donde, si cabe, más religiosamente se ha vivido el 2010, fuere porque celebramos Año Xacobeo o porque el mismísmo Papa Benedicto XVI vino a visitarnos, criticado por algunos, alabado por otros, pero record de audiencia en los canales de televisión al fin y al cabo. Habrá a quien, de paso, los fastos del Año Santo le habrán puesto en la pista del conocimiento del Arzobispo Gelmírez, precisamente el hombre que "descubrió" los Xacobeos, o como muy bien apuntó en su día Álvaro Cunqueiro, "inventó" el Santo Sepulcro de Santiago. De Cunqueiro tendremos la ocasión de tratar, y mucho, a lo largo de venidero curso, al conmemorarse el centenario de su nacimiento. Porque en este que se acaba, el protagonista de la efeméride ha sido de otro de nuestros más altos literatos, Gonzalo Torrente Ballester, quien nos enseñó que la vida es, para el rico y para el pobre, para el negro y para el blanco, para el apache y el comanche, una sucesión de gozos y de sombras, un Filomeno a mi pesar, una saga fuga de J.B., un whisky con hielo que se bebe lentamente mientras, con la mirada, se disfruta del paisaje de un velero que navega por la ría de Vigo, del vuelo de un águila ratonera sobre Cabo Udra o de una travesía de vagariño por la Ribeira Sacra.
A quien suscribe, y unos cuantos de millones de personas más en todo el mundo, religiosos de la literatura, el año que fenece nos ha obsequiado con el premio Nobel que fue a recoger por nosotros, sus lectores, Mario Vargas Llosa. Aislados a veces, no muy bien comprendidos muchas, este año ha servido para que los vargallosianos nos hubiésemos sentido en algunas ocasiones los reyes de la hora del café entre amigos, unas veces contando de qué va "La fiesta del Chivo", otras recordando una ciudad y unos perros, a veces pateando los Andes con Lituma, las más conversando en La Catedral (el bar).
Y, por lo demás, religiosamente habrá vivido quien este año ha experimentado su primer amor, quien tuvo a su primer hijo, quien convenció a la abuela de que se quitase de encima el luto que llevaba consigo desde tiempo inmemorial, quien, por qué no, se emborrachó por vez primera delante de sus padres, quien descubrió un lugar que no aparecía en los mapas o un un mapa que nadie había trazado, quien dio la vuelta al mundo en 80 días y descubrió que el Paraíso estaba en la querida calle Melancolía. Quien puede afirmar, sostener y no enmendar, en fin, que este año "confieso que he vivido y, el que viene, más". Y ojalá que ese, el que acecha, el que nos aguarda a la vuelta de la esquina, también puedan resumirlo en ese instante, en ese segundo y medio, en ese tramo de tiempo que casi no es tiempo y que transcurre desde que un locutor de radio y otro de televisión empiezan y terminan la frase "¡Gol de Iniesta!" que tarda lo mismo que esta que les dejo, más neutral, menos mourinha: "¡Séanme felices!".
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