Opinión | Crónica Política
La burbuja
Javier Sánchez de Dios
Pues la verdad es que, dicho con todo respeto para las personas, llama la atención la fertilidad que, en lo que a empleados respecta, demuestra la Administración Pública de este país: según los datos que ha publicado FARO, en un año la nómina creció en diez mil, lo que sitúa a Galicia en el cuarto lugar del ránking. Y si se tiene en cuenta la población total de este Antiguo Reino, la verdad es que no se entiende ni la proporción ni la escalada.
Algunos observadores han dicho ya que, tal como están las cosas y si se mira despacio el futuro, lo de la Administración gallega puede convertirse en una burbuja que, como ocurrió en su día con la construcción, acabe por estallar. Es verdad que no resultan casos comparables en casi nada, pero también lo es que en lo poco que se "tocan" es en la artificiosidad de los ritmos de crecimiento, lo que establece un paralelismo en los peligros que conllevan para las arcas públicas. Que es de donde al final sale el dinero, de un modo u otro, para reparar los daños respectivos.
Los datos publicados resultan tanto más chocantes cuanto que contrastan en su frialdad con el calor que le pone esta Xunta, y de forma especial se presidente, a la hora de predicar la austeridad y de citar ejemplos en los que se cumple. Y puede que los haya, y que la intención sea la que se dice que es, pero como lo medible es poco opinable, alguien deberá explicar cómo casa lo de recortar por un lado el gasto público en costes sociales y estirarlo por otro en esas nóminas.
En este punto conviene hacer constar que no se trata de engrosar el plantel de quienes se dedican a flagelar a los integrantes de escalafones oficiales ni de unirse al coro de los que consideran el oficio como un peso muerto. Pero es preciso, y no está de más repetirlo, explicar cuál es la razón por la que mientras se habla de adelgazamiento y de austeridad, y se escatiman recursos para atender necesidades indiscutibles, en un año aumenta el plantel de empleados públicos nada menos que en diez mil.
Es posible que una parte de ese engorde se deba a la entrada de una serie de interinos que, contratados en su día a dedo, han recibido de los Tribunales el lógico reconocimiento de otra condición por el hecho de que hacen las cosas como si fueran fijos. Y, si eso es así, a alguien habría que responsabilizar de los costes del clientelismo y el amiguismo que se utilizan aquí por quienes llegan al poder: que ya está bien de que toda esa desvergüenza se haga con cargo a las arcas públicas.
¿No...?
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