Opinión

Camilla descubre la crisis en Rolls

Matías Vallés

No todos los ciudadanos comparten la prerrogativa de haber descubierto la magnitud de la crisis económica a bordo de un Rolls Royce Phantom VI. Por tanto, Camilla de Inglaterra debía considerarse afortunada, mientras unas decenas de estudiantes zarandeaban el vehículo donde viajaba. Llegaron a introducir un palo a través de una ventana, que le alcanzó el rostro. La mueca de la duquesa de Cornualles, recogida en cinco tomas por el único fotógrafo presente, compendia la expresión de Occidente al enterarse de la magnitud de la catástrofe económica, que ha llevado a disparar el coste de los estudios universitarias en el Reino Unido.

La indudable fotografía del año no sólo recoge a una Camilla boquiabierta y despojada de cualquier calidad aristocrática –el término popularizado en vísperas de la Revolución Francesa–. A su lado se distingue un personaje en smoking que por fuerza cabe identificar como Carlos de Inglaterra. La duquesa de Cornualles no se dirige sin embargo a su esposo en busca de protección, consciente de que los dilatados poderes principescos han quedado anulados por la turba vandálica que desafió la inviolabilidad del vehículo y lo cubrió de pintura. El príncipe de Gales dispone de un sirviente encargado de extenderle la pasta sobre el cepillo de dientes, por lo que tampoco él había podido apreciar hasta ahora la crisis en toda su crudeza.

La pericia del fotógrafo muestra a una mujer que en ese momento abomina de su condición, y contempla a su esposo como un estorbo. La violencia que la agitaba se dirigía precisamente contra su pertenencia a la familia real británica, agravada por el Rolls Royce. La historia retrocedía cuando menos un siglo, y la atónita duquesa descubre que el planeta entero viaja en el Titanic, sin que en esta ocasión se respete escrupulosamente el alojamiento por clases. Superado el incidente sin lesiones físicas de entidad, llegó el momento de descargar las culpas sobre un insuficiente o incoherente despliegue policial. El recurso al tópico no debe eclipsar la gravedad de lo sucedido por mucho que, tras el ataque sufrido en plena Regent Street, el heredero pueda reclamar la indemnización de costumbre a los contribuyentes.

No todos los signos poseen un valor equivalente. Si se descarta por trivial el zarandeo del coche en el que viajaban Camilla y Carlos, se corre el riesgo de que se repita en circunstancias dramáticas. El planeta tiene que adaptarse a una situación sin precedentes; en 1929 no había siete mil millones de personas sobre la faz de la tierra. Entre las leyes de la economía de catástrofe, la duquesa de Cornualles ha comprendido que sobresale el enunciado de que "la tercera clase no se hundirá sola". Cuando la pareja emprendió su recorrido desde Clarence House a través del centro de Londres, pensaba que el Rolls Royce marcaba las fronteras de su inexpugnabilidad. Sin embargo, la desigualdad tiene un límite y los valores democráticos están ligados a un reparto asumible de la renta. Si se incumple, no sólo aumenta la probabilidad de algaradas, sino que los revoltosos se dirigirán al heredero como "Charlie", según ocurrió el día de autos.

Entrenado en las tácticas de supervivencia, Buckingham intentó neutralizar la imagen desencajada de Camilla con las fotos oficiales del príncipe Enrique y su prometida, a cargo de Mario Testino. Por desgracia, el Independent se centraba ese domingo en los comedores de beneficencia británicos, que deberán acoger a medio millón de personas en el futuro. Carlos de Inglaterra debió recurrir a la flema, para asegurar que la violencia en las calles era preferible a soportar a Susan Boyle, una de las estrellas que les aguardaban en la gala del teatro Palladium. Aunque nadie ha recogido la opinión de los agresores, debieron pensar con Marat que "es una fiesta que los parisinos (o londinenses) posean finalmente a su rey".

En un precedente de los ubicuos cables de Wikileaks, el embajador de Austria en París transmitía en 1786 a Viena que "mientras la corrupción y el derroche absorben el tesoro real, se alza un grito de miseria y de terror. Es moralmente imposible que este estado de cosas subsista todavía un largo tiempo, sin que se produzca algún tipo de catástrofe". La toma de la Bastilla le daría la razón tres años después, hoy todo avanza mucho más deprisa. El asalto al Rolls de Camilla no fue el incidente crucial de la jornada. En esa misma razzia, decenas de gamberros intentaron prender fuego al árbol de Navidad de Trafalgar Square. Si no se respetan los ritos navideños, las lesiones provocadas por la incertidumbre económica son más graves de lo anunciado.

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