Opinión
Por encima de todo y cuanto antes, el nuevo Hospital de Vigo
Ceferino de Blas
El último día del pasado puente festivo, una persona de edad sufrió un accidente doméstico en Vigo. Tras el susto inicial, los familiares llamaron a la ambulancia que la trasladó a Urgencias del Hospital Xeral. Allí fue atendida de primera instancia, y tras comprobar que el accidente revestía cierta gravedad, le practicaron una radiografía para comprobar si había habido fracturas y, posteriormente, fue sometida a un Tac. Como la hemorragia no se detenía, se procedió a realizar un contraste, para determinar la causa.
Todo funcionó aceptablemente bien. La ambulancia llegó con rapidez, la atención en Urgencias, pese a haber numerosos pacientes en espera, fue profesional e incluso afectuosa.
Si hubiera que calificar de uno a diez los servicios sanitarios del Xeral merecerían una puntuación de ocho o nueve, y lo que revaloriza esa calificación es que el caso que nos ocupa sucedió durante un puente, una circunstancia en la que la experiencia demuestra que los servicios del país funcionan a medio gas.
La parte negativa son las instalaciones: la zona de Urgencias está vieja y es poco acogedora, como todo el Xeral, que ya ha cumplido los sesenta años. Pese a que los sanitarios se esmeraron por hallar un acomodo digno para la paciente, no fue posible. Tuvo que quedarse en uno de los espacios de Urgencias porque en las plantas no había una sola cama libre.
Al día siguiente, la paciente no pudo regresar a su domicilio, por prescripción médica y así, en los días sucesivos. Al final se decidió que siguiera en la zona de observación, pese a que ese lugar no es más que la prolongación de los "pasillos" de Urgencias.
El ejemplo sirve para ilustrar uno de los principales problemas sino el más acuciante de la ciudad: el hospitalario. Vigo está desbordado sanitariamente desde hace años. De ahí la trascendencia que reviste el último Consello de la Xunta, celebrado el pasado viernes en Vigo, en el que se acordó iniciar la construcción del nuevo complejo.
Es de todos sabido que tiene objetores, que no se oponen a su construcción sino que discrepan de la gestión que se pretende implantar. Para testificar su oposición, el día del Consello organizaron una manifestación contra los planes de la Xunta. Pero la imagen que trasladaron los periódicos de los discrepantes era penosa: se reducía a una decena de personas tras una pancarta.
No es que la oposición se condense en ese minúsculo grupo, ya que meses atrás sacó a la calle a miles de personas, aunque fuera una manifestación con un transfondo político que trascendía el ámbito hospitalario. Pero es evidente que la nimiedad de la protesta del viernes, trasluce un estado de ánimo: los vigueses, ante todo, quieren un hospital nuevo, más moderno y capaz, en el que sean atendidos con los mejores medios y por los mejores profesionales. A los ciudadanos, la polémica, más ideológica que práctica, entre lo público y lo privado, les resulta indiferente. Parece un debate del pasado, con ribetes corporativistas y gremiales.
La gente, yo, usted, el vecino, que acabaremos pasando muy probablemente por un hospital como pacientes, aspiramos a una sanidad eficiente que cubra la Seguridad Social. El régimen, si se cumplen los estándares de calidad y gratuidad, es indiferente.
Vigo, y todo su área metropolitana, precisan de un nuevo hospital. Los que existen, el Meixoeiro, Nicolás Peña, Povisa o Fátima, –dos hospitales privados que cubren una función imprescindible para los vigueses, y a los que debe apoyarse para potenciarlos–, no son suficientes. La ciudad no tiene capacidad hospitalaria para absorber con la calidad precisa la demanda.
Es evidente que el estado del bienestar sanitario ha llegado a un alto nivel que difícilmente se superará, porque escasean los recursos, la población está cada vez más envejecida y con más usuarios, debido a la emigración y a los residentes comunitarios. De ahí la trascendencia de esta construcción.
El anuncio de que, en 31 meses, habrá un nuevo hospital en Vigo, es un espléndido regalo de Navidad. Pero como todo compromiso político, y más si se trata de un plazo de ejecución, habrá que tomarlo con cautela. No es infrecuente que los hospitales en España concluyan fuera de plazo. Algunos, en Galicia el de Lugo, han tardado varios años más de los previstos.
Los vigueses no quieren que el hospital sea un argumento político, porque saben a qué conducen las batallas partidistas. Irritan, obstaculizan y retrasan. Por tanto conviene despolitizar este proyecto tan necesario para poder clausurar cuanto antes la zona de Urgencias del Xeral y para que los pacientes sean atendidos en otra nueva y más digna.
Xunta y oposición deben subrayar con trazo grueso en sus agendas su compromiso con la sociedad viguesa. A la primera corresponde obligar a las empresas contratistas acabar el nuevo hospital en los 31 meses anunciados. A la oposición, mantenerse vigilante para impedir las demoras. Está en juego la calidad hospitalaria de una población superior a la de las provincias de Lugo y Ourense juntas.
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