Opinión | inventario de perplejidades

Portero de jersei amarillo

José Manuel Ponte

Se van muriendo (nada más natural, no vamos a quedarnos aquí sorbiendo café de por vida) los grandes futbolistas que coleccionábamos en postalillas cuando éramos escolares. Solíamos juntarlos dos veces. Una para el álbum y otra para pegar sus caras a las chapas de los refrescos con que imitábamos el juego de verdad usando un botón como pelota. En los casos de mucho lujo, las chapas iban revestidas con una tela del color de la camiseta del equipo favorito, que solía ser el del pueblo de cada uno o el que más simpatía despertaba entre los nacionales. En aquel tiempo (no habíamos caído todavía en el duopolio insoportable del Barcelona y el Real Madrid) el equipo que más seguidores tenía en España era el Athletic de Bilbao. Una escuadra formidable que tenía dos peculiaridades llamativas. Todos los que vestían su camiseta eran vascos (incluidos en el cómputo los navarros) y todos sus entrenadores eran o vascos o extranjeros (preferentemente ingleses por aquello de ser los inventores del fútbol un poco antes de que lo hubieran descubierto los euskaldunes). La lista de los futbolistas fallecidos este año es larga, y a ella hay que añadir el nombre de Marcel Domingo, el portero francés que luego fue entrenador de varios equipos españoles. Uno de sus abuelos era un español de Valencia y de ahí tomó prestado el apellido que le hizo famoso en los campos de fútbol. Domingo adquirió notoriedad en nuestro país a raíz de su fichaje por el Atlético de Madrid con el que conquistó el trofeo Zamora como portero menos goleado, en la temporada 1948–1949 y dos campeonatos de liga sucesivos en 1950 y 1951, siendo entrenador colchonero el genial Helenio Herrera. Una combinación de efecto seguro, porque mezclaba la perfección táctica con la seguridad defensiva y un ataque demoledor, la famosa "delantera de seda" (Juncosa, Vidal, Silva, Campos y Escudero) con mayoría de jugadores canarios. Silva, que también se ha muerto no hace mucho tiempo, pertenecía a una de esas familias de comerciantes, indios o pakistanies, afincados en las islas. Los jugadores extranjeros eran una novedad llamativa en el fútbol español de posguerra y los había muy contados. Domingo destacaba por su elegancia, agilidad y buena colocación bajo los palos . Y puso de moda unos jerseis de color amarillo chillón, con los que decía atraer la atención de los delanteros contrarios. Hacerse notar para los atacantes enemigos es una de las mejores cualidades que puede atesorar un guardameta. Antes de chutar los delanteros suelen levantar la vista para observar donde está el portero. Si no lo ven disparan de inmediato antes de que se coloque mejor. Una presencia constante, y más si va vestida de amarillo chillón, tiene efectos disuasorios. Todos los porteros son coquetos y bastante supersticiosos y Domingo no podía ser una excepción. Para un guardameta que se precie, el vestuario que le distingue del jugador normal, o de campo (como se dice ahora) requiere una elección cuidadosa. Los porteros tienen jerseis, guantes, gorras, rodilleras y hasta tienen derecho a usar una toalla, que suelen colgar de la red por fuera, como si fueran unos bañistas ociosos. Algunos hasta llevan peine y espejo por si en una refriega se les mueve el pelo y hay que volverlo a colocar en su sitio para las fotos. Al margen de estas consideraciones, Domingo, después de colgar las botas, fue también un buen entrenador. Haber sido portero da una perspectiva del juego tan amplia como cercana.

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