Opinión | Crónica Política

La fama

Javier Sánchez de Dios

A primera vista no parece irracional que el acuerdo entre los rectores y la Xunta ponga como elemento decisivo para el reparto de los fondos destinados a las universidades una probada eficiencia. Ocurre, sin embargo, que evaluarla va a significar un ejercicio de interpretación complicado y que, si no se hace con ponderación y sentido común, complicará las cosas todavía más de lo que ya lo ha hecho la crisis económica.

No se trata de hablar por hablar. En asuntos de la enseñanza superior, y después de que el establecimiento del distrito único abriera una competitividad semejante a la de cualquier otra actividad en la que es más importante llegar primero que saber llegar -porque los laureles se reparten solo a los triunfadores-, existe el riesgo de que las situaciones acaben en un círculo cerrado. Es decir, que para ser eficiente hay que ofrecer lo mejor, y para ofrecer lo mejor se necesitan unos medios que solo aparecerán si se es eficiente. Y los más poderosos siempre tendrán un margen mayor, atraerán a mas gente y serán más eficientes.

En este punto, y sin la menor intención de establecer juegos de palabras ni plantear sofismas, quizá no estorbe recordar que el poder público está precisamente para que exista, sino la igualdad, un cierto equilibrio y desde luego un mínimo común múltiplo que, salvando diferencias, no condene a unas universidades a malvivir y facilite a otras a la opulencia. Y ese papel ha de jugarlo de forma más eficaz, por la lógica de la cercanía, el poder autonómico, que para eso está, para eso nació y en ella tiene su sentido.

Dicho todo lo anterior parece evidente que las universidades han de estar bien gestionadas, que eso incluye la eficacia y la eficiencia como elementos clave y que en tiempos como estos habrán de diversificar sus fuentes de financiación contando con la privada y, por tanto, buscando lo que en lenguaje llano se llama fama para atraer estudiantes y por tanto matrículas. Pero aún así el gobierno gallego está, en ese terreno, para lo que está, no para ejercer de Don Cicuta a la hora de plantear el futuro económico de lo que antes era "alma mater".

Pues bien: da la impresión de que la Consellería de Educación se preocupa más por la contabilidad que por la inteligencia, que no distingue bien los conceptos de "gasto" e "inversión" y que olvida, por ejemplo, la parte del Informe Pisa que habla no solo de los resultados escolares, sino también de lo que destina cada país a la enseñanza. Un detalle que conviene tener en cuenta.

¿O no...?

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