Sólo una semana antes de que el Séptimo de Caballería de la Unión tuviera que acudir al rescate de Irlanda, el primer ministro Brian Cowen negaba aún que su país necesitase ese socorro. "Tenemos fondos hasta mediados del año próximo", explicó Cowen, justo en vísperas de que se produjese el desfondamiento.

Con el mismo ánimo tranquilizador, aunque mejores argumentos y números que en el caso irlandés, su colega Zapatero acaba de excluir –"absolutamente"– cualquier posibilidad de que a España le suceda algo parecido. Lo dijo con el sosiego que siempre aporta una bien timbrada voz de barítono, pero aun así, los más aprensivos no pudieron evitar que un leve escalofrío les recorriera el espinazo. Nada más natural, si se tiene en cuenta que el presidente español ha demostrado hasta ahora unas capacidades más bien limitadas para la predicción del futuro.

Curiosamente, la mayoría de los especialistas coinciden en que España goza de mejor salud financiera que la desventurada Irlanda y, en general, consideran improbable que aquí puede darse un crash de esas características. Lo que en realidad inquieta a los suspicaces es que eso mismo lo diga precisamente Zapatero.

Célebre por su optimismo frecuentemente infundado, el jefe del Gobierno español negó hace tres años que en España hubiera crisis ni cosa que se le pareciera. El resquebrajamiento de la economía podía verlo por aquel entonces hasta un niño de cinco años, pero se conoce que Zapatero no contaba con un chaval de esas características entre su cuerpo de asesores. Y nadie le alertó de que el rey –en este caso, el PIB– estaba desnudo, como en la fábula.

Bien al contrario, sus consejeros lo persuadieron de que lo que se nos venía encima era una minucia, una pequeña "desaceleración", un simple paso atrás para tomar impulso. Aparentemente convencido de que la crisis no pasaba de ser un invento para asustar suegras, Zapatero perseveró en su política de gasto con gran dispendio de cheques-voto, cheques-bebé y cheques-alquiler, coronada con un vasto plan de construcción de aceras en todo el país. Cuando por fin se decidió a pronunciar la palabra tabú, la crisis había dejado de serlo para convertirse en recesión y no quedó otro remedio que taponar el hueco abierto en las arcas públicas sacando el dinero de la paga de los funcionarios y de las pensiones de los jubilados. Un error de cálculo lo tiene cualquiera.

Podría esperarse, si acaso, que después de fallar tanto y tan tenazmente en sus pronósticos, el jefe del Gobierno hubiera adquirido una mayor prudencia a la hora de formular vaticinios sobre la economía; pero se ve que le puede su vocación de augur. Así se explica que mientras los especuladores picotean inmisericordemente a España, atraídos por el olor de la cadaverina, Zapatero salte otra vez a la palestra para garantizar que todo está bajo control y que los buitres no van a salirse con la suya.

Nadie podrá recriminarle su propósito de dar confianza a la gente, puesto que eso va de suyo en el sueldo y el cargo. Cuestión diferente es que de verdad lo consiga tras sus anteriores fiascos en un papel de adivino que, decididamente, no le encaja. Erró al decir que no había crisis, erró al negar la burbuja inmobiliaria que nos ha estallado en las narices y fantaseó cuando afirmaba –con buena fe y mal ojo– que España era un próspero país de Champions League.

Tan idílicos vaticinios –o más bien, deseos– han acabado por chocar con la realidad y con la desconfianza que tan cara nos están haciendo pagar los inversores. No sobra, por tanto, la llamada al sosiego de la ciudadanía y de los mercados que acaba de hacer el presidente español. "Ante todo, mucha calma" es justamente lo que proponía en el título de uno de sus álbumes cierto grupo vigués –todavía en activo– que alcanzó fama nacional en las décadas de los ochenta y noventa. Se llama Siniestro Total.

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