En esta ciudad, como en tantas otras, los viernes amanecen las calles algo turbias. Y no es porque siempre llueva en la madrugada del quinto día de la semana; en realidad es precisamente porque no llueve. Digamos que la turbidez del pavimento no procede de las aguas salvajes, sino de las aguas provenientes de algunos a los que a veces llamamos salvajes, como por ejemplo cuando la emprenden a golpes con las papeleras, con los retrovisores, con los árboles o con las lunas de los escaparates, o incluso cuando, en plena vorágine festiva, se dedican a quemar los contenedores de basura. Ciertamente y por fortuna, no todos se conducen con maneras tan violentas, pero una fracción relevante de la tropa noctámbula tiene en común con estos vándalos su querencia por el alivio de esfínteres en plena vía pública. Lo que ocurre es que no todos practican la actividad mingitoria en la penumbra de la noche, sino que es frecuente que la llegada del alba sorprenda a muchos con las manos en la masa. Sucede también que el resto del común acude cada mañana temprano a trabajar o a llevar los niños al colegio y, como he podido constatar directamente, acostumbra a ser testigo presencial del manantial ureico. En efecto, lo que para los allí presentes era claramente la puerta de un garaje, para el joven universitario que nos daba la espalda en la parada del autobús era un inmenso urinario, tal vez confusa su visión por los efectos que sobre la misma provoca el etilismo exacerbado. El muchacho, quizá un futuro abogado, o arquitecto, o economista, enfrascado en su liberadora tarea, no parecía consciente de su pública y corrosiva actividad, o bien simplemente no le importaba demasiado. Lo cierto es que, culminada su redentora misión, ese exponente de lo que algunos ilusos denominan acríticamente y con evidente exceso, casi como si fuera el estribillo de una canción, "la generación mejor formada de la historia de España" se subía tambaleante al autobús junto a otros compinches igualmente perjudicados con destino al campus de la Universidad. Como docente en la misma, doy fe de que estos individuos no habrían sido capaces ni de estar sentados en la silla, no digamos ya de seguir explicación alguna. Y lo lamentable es que no se trata de un caso aislado, pues he tenido ocasión de ver personalmente, como cualquier otro ciudadano, supuestos muy parecidos. Lo increíble es lo poco que algunos jóvenes se quieren a sí mismos, pues el estado general que presentan en estas lides dipsómanas suele ser esperpéntico. Y uno no deja de decirse, poniéndose en la piel de sus padres: tantas noches en vela vigilando la fiebre, Dalsy por aquí y Apiretal por allá, a madrugar el sábado para llevarlo al partido de fútbol (o a gimnasia rítmica), a las decenas de cumpleaños de amiguitos y amiguitas que hay cada año, tragarse todas las películas de Disney en el cine, tener la vocecita de Bob Esponja de fondo musical permanente en casa, gastarse una pasta en su educación, ponerle todas las vacunas y llevarlo al pediatra cada vez que le asoman los mocos para que esté bien sanito, etcétera, para que ahora este mangallón de 20 años se ponga a mear delante de los niños que esperan el autobús para ir al colegio. Y claro, cualquiera le dice algo al nene (salvo arriesgándose a no llegar seco al trabajo). Pues sí queridos padres. Y aún tenéis suerte de que el mozalbete no os plantee una demanda civil reclamándoos una paga digna, que las copas se han puesto por las nubes, y no digamos las pirulas. Y ojo con el niño (o con la niña), que no sólo os puede llevar al Juzgado de Primera Instancia. También podéis visitar el de Instrucción y el de lo Penal si osáis pedirle cuentas vigorosamente en aquellos raros días en que regrese a casa antes de que os hayáis levantado de la cama. Ya le ha pasado a más de un padre y de una madre. Por otra parte, no debéis contradecirle mucho, en primer lugar porque le podéis crear un trauma, y es un lío todo eso de llevarlo al psicólogo o al psiquiatra, además de un considerable gasto. Y en segundo lugar porque os arriesgáis a que, si aun no ha cumplido los 18, ponga en conocimiento del defensor del menor el maltrato de que es objeto, y entonces ya la habéis liado. Así que ya sabéis, si queréis vivir tranquilos, pagadle una buena soldada y que mee todo lo que quiera.