Sin más que trinar algunos insultos en “Twitter”, el exitoso escritor Arturo Pérez-Reverte ha conseguido dos mil nuevos seguidores de golpe en esa red social y acaso un número adicional de lectores que sumar a su ya crecido saldo de ventas. Reverte no gastó un gramo de su demostrada imaginación en llamar “perfecto mierda” al ex ministro Moratinos que, a su juicio, “ni siquiera tuvo huevos para irse”. Si tal hace un miembro de la Real Academia, mucho es de temer que se haya perdido el viejo arte del insulto.

Podría esperarse, desde luego, que un literato adornara algo más sus injurias; pero también hay que entender el medio utilizado para proferirlas. “Twit”, verbo del que toma su nombre la muy reciente pero ya popularísima red “Twitter” en internet, significa piar o gorjear -como los pájaros- en su traducción al español. El nombre le va de molde a ese invento del americano Jack Dorsey que obliga a sus clientes a expresarse en el muy limitado espacio de 140 letras. Más o menos el equivalente al gorjeo o trino de un canario.

Tan telegráfico lenguaje hace necesario el ejercicio de la concisión: y no todo el mundo goza de las dotes de Baltasar Gracián, maestro de lo breve. Reverte es un acreditado ingeniero de tramas dotado de gran destreza en la carpintería de la intriga, que a esas habilidades suma un no desdeñable estilo en la escritura. Pero un trino es un trino y, por lo que se ve, ni siquiera un experimentado hombre de letras consigue superar a veces la prueba de los 140 caracteres del “Twitter”.

No hará falta recordar que el improperio es parte fundamental de la vida pública desde los tiempos de la vieja Atenas, donde tanto se valoraban las habilidades de cualquier orador para la sátira. Ahora bien, el insulto se tolera mejor -y hasta se celebra- cuando lo sustenta una razonable dosis de ingenio capaz de elevarlo a mayor categoría que la de la mera destemplanza.

El filósofo Schopenhauer -gran admirador de Gracián, por cierto- dedicó todo un tratado al “Arte de insultar” que a su juicio era exactamente lo contrario del “Arte de tener razón”. Sostenía el ácido y algo melancólico pensador alemán que el insulto nace cuando alguien se queda sin razones que esgrimir, por el obvio motivo de que “una grosería supera siempre a cualquier argumento”. Una teoría que parecen confirmar a diario los programas de mayor éxito de público ofrecidos por la tele en España.

A un académico experto en el manejo del lenguaje como Pérez-Reverte habría que suponerle, sin embargo, mayores y mejores dotes dialécticas que -pongamos por caso- a Belén Esteban. Expresiones tan simples como “perfecto mierda” encajan mejor en la boca de la recién nombrada Princesa del Pueblo que en la de un escritor a quien hay que presumir un más ancho conocimiento de la alegoría.

Sorprende particularmente esta falta de sutileza en una España capaz de alumbrar maestros de la invectiva de la altura de Quevedo, que hizo del insulto un arte e incluso un género lírico.

Salvo que hayamos perdido el humor, la ironía y las mañas del sarcasmo, la única explicación posible ha de residir en que el medio es en esta ocasión el mensaje. “Twitter”, que es el medio de expresión, limita al breve lapso de un gorjeo el espacio disponible para que sus pájaros cuenten lo que tengan que contar: y dada esa restrictiva circunstancia no es extraño que algunos de ellos desafinen en sus trinos.

Será eso lo que le ha pasado a Reverte, por más que el afamado autor de tantos libros de gran venta no parezca especialmente inquieto. Queriendo piar, la ha piado con sus exabruptos; pero a cambio consiguió que se hablase de él en la prensa, la radio, la tele y hasta las peluquerías. Los que deben de estar que trinan son sus competidores en la lista de libros más vendidos. Por no haber trinado insultos en “Twitter”, claro.

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