A cualquiera que lea la prensa asturiana con cierta asiduidad –bien porque viva allí, bien porque se interese por lo que allí ocurre desde una relativa distancia, como es mi caso– no dejará de sorprenderle la intensidad con que se debate sobre la conveniencia de que el señor Cascos encabece la candidatura del PP a la presidencia del gobierno del Principado. Como ya es sabido, la dirección y la mayoría de los cuadros representativos de esa formación están en contra de tal posibilidad y han optado por otra candidata. Pero otros militantes, inspirados se supone que por el propio señor Cascos, han organizado una campaña de tipo peronista para propiciar su regreso en olor de multitud, con el argumento de que su sola presencia será suficiente para arreglar de un plumazo todos los males de la región y evitar que caiga en el abismo. (Caer en el abismo desde la confortabilidad del cuarto de estar es una de las peores pesadillas conservadoras). Nadie debería creer que una sola persona pueda resolver los problemas que atañen a algo más de un millón de individuos, pero así son los planteamientos populistas y las recetas carismáticas. Por supuesto, el hipotético regreso del ex ministro a la política, después de un retiro que ya parecía definitivo, no es sólo un asunto interno de la militancia conservadora asturiana. El mismo señor Rajoy se vería concernido al tener que mediar en la disputa, con el riesgo de desairar a alguno de los dos bandos enfrentados. Si opta por la candidata elegida por la dirección regional alborotará al coro mediático madrileño (Ramírez, Losantos, etc.) que se la tiene jurada desde que fracasó en su intento de empujarlo a la calle desde el balcón de Génova la noche de la derrota en las últimas elecciones generales. Y si opta por designar al ex ministro, pese a la oposición de un importante sector del partido en Asturias, corre el peligro de abrir una brecha interior parecida a la que ya se dio en el pasado con aquel enfrentamiento caprichoso del propio Cascos con su hasta entonces íntimo amigo Sergio Marqués, el primer presidente autonómico de derechas en una región tradicionalmente de izquierdas. Por si eso no fuera poco, la opción por la candidatura de Cascos podría suponer un aliciente imprevisto para ese sector desencantado del electorado progresista, que quizás se hubiese inclinado por la abstención dado el giro derechista del PSOE, pero que ahora se animaría a acudir a las urnas con el solo objetivo de cortar en seco las ambiciones del ex vicepresidente. Darle en los morros a Cascos sería una consigna muy atractiva para toda esa gente. A la espera del desenlace final, el cotarro político asturiano está muy animado y en los periódicos hay opiniones de todo tipo. Una de las más curiosas la he podido leer en La Nueva España, donde un médico de Pravia, ex alcalde de esa localidad por UCD y luego diputado regional del PP, dice de Cascos que "quizás sea un maleducado, pero trabaja más en un día que el PP asturiano en un mes". La idea del mal educado, o mal encarado, con gran capacidad de trabajo está muy arraigada entre cierta derecha española. El señor Fraga, que arrancaba teléfonos fijos cuando se enfadaba, era un ejemplo de esa clase. Y el señor Cascos, que también hacía lo propio, según confiesa en un libro una ex alta funcionaria de La Moncloa, lo mismo. De buenos discípulos es aprender de los maestros.