Así que, por si no hubiese bastante con el desastre de su política -por llamarle de algún modo- financiera, la señora conselleira de Facenda parece dispuesta a enredar otro poco, ahora en el área laboral. Y quizá lo consiga después de esa llamada al realismo que hizo a la mesa que negocia las condiciones por las que millar y medio de empleados se van a ir a sus casas antes de tiempo, cáspita.

Para un país cualquiera y en unas circunstancias como las actuales, la pérdida de mil quinientas personas en edad de trabajar y con una experiencia muy valiosa sería una tragedia. Aquí, y tras un proceso disparatado, se considera realista, sencillamente porque no encajan en un esquema que sirve sólo a grandes intereses económicos y pequeñas ambiciones políticas. Eso, a estas alturas, lo saben incluso quienes lo apoyan.

(Sin otra intención que dejar constancia, resulta obligado citar -siquiera eso- la opinión creciente que respalda la existencia de pequeñas y medianas entidades de ahorro para mejor servicio de las economías de escala. Y eso pasa no en Burundi o el Chaco, sino en la Europa más próspera y en los Estados Unidos que preside Obama.

Lo peor de cuanto sucede aquí es que los mismos que negaron la crisis bancaria son los que han dibujado la estrategia que ahora se sigue para intentar superarla. Y en un cálculo que ya se ve equivocado en Londres, Berlín y Washignton, la basan en aumentar tamaños y multiplicar las ayudas públicas, que en parte fueron causa del desastre anterior. A eso se le llamó ya "fuga hacia adelante".

Pues bien, en ese marco no se debiera aceptar sin más esa idiotez del realismo, como tampoco es criterio solvente, ni en las finanzas ni en ninguna otra actividad, el de la compensación. Lo hecho -incluso lo mal hecho- hecho está, pero no debe empeorarse: la gestión de la entidad naciente debe llevarse por los más capaces, y ahora mismo se sabe quiénes son, quiénes lo hicieron mejor y quiénes peor. Basta con ver los balances de verdad.

Esa es la tarea que le aguarda al nuevo Consejo, y que habrá de desarrollar con criterio de servicio a los clientes y al país. Y no se entendería que los mejores gestores tengan que ceder paso a otros no tan buenos solo por criterios de tamaños anteriores o de compensaciones posteriores, disfrazadas de ese realismo que ahora receta, de momento a la mesa laboral para la fusión, la Xunta. A este paso, pronto alguien preguntará aquello de Cicerón: "¿quousque tanden abutere, Currás, patientia nostra...?"

¿Eh...?