La crisis ha situado el desempleo juvenil en Galicia en porcentajes escandalosos y desconocidos hasta ahora. Como consecuencia de ello, se alarga cada vez más la edad en que los jóvenes deciden abandonar la casa de los padres, emanciparse y labrarse su propio futuro. En Galicia son ya casi 300.000 los jóvenes de entre 18 y 29 años que siguen en el hogar familiar, es decir, ni más ni menos que el 75% de toda esa franja poblacional. Y de ellos cien mil carecen de ingreso alguno. Para más inri, el porcentaje de los atrapados en tan tétrica situación aumenta de año en año.

Si los jóvenes son el futuro, que lo son, cabe preguntarse qué futuro espera a una comunidad como Galicia que además de la inactividad de sus nuevas generaciones soporta una de las poblaciones más envejecidas de España, con 211.000 hogares, casi un 21% del total, compuestos por personas de más de 65 años. Si la pirámide poblacional continúa marcada por esas dos tendencias, la crisis demográfica que padece Galicia sólo puede agravarse. Y conviene tener muy presente que, aunque silenciosa, esa crisis, la generada por la ausencia de relevo generacional, es con mucho el problema que más puede comprometer el futuro de Galicia.

Los datos de Estadística reflejan que sólo un 25% de los jóvenes da el paso para emanciparse antes de los treinta, bien para formar un hogar propio o compartirlo con otros. Aun con trabajo, las dificultades que encuentran para independizarse son mayúsculas. El precio de las viviendas es un obstáculo casi insalvable. Y no nos referimos al de compra –inalcanzable- sino al de los alquileres, igualmente imposibles para quien a lo más que puede aspirar es a mileurista y, por si eso fuera poco, con un empleo temporal, es decir, en precario.

Es cierto que esa realidad no es consecuencia tan sólo de la crisis económica. En Galicia, y en España en general, existen también factores culturales que retrasan la emancipación de nuestra juventud. Para muchos gallegos, por ejemplo, es normal otorgar a una persona de 30 años la consideración de chaval, cuando en la mayoría de países la juventud se da por terminada a los 18 años. Y también es cierto que antes de la crisis ya era muy elevado el porcentaje de jóvenes en casa de sus padres, incluso entre aquellos con sueldo propio. El hedonismo, tan en boga en todos los estratos de la sociedad, no sólo entre los jóvenes, no es ajeno a ello: en casa de papá ahora se puede hacer lo que uno quiera, ya no es como antes; se tienen todas las necesidades cubiertas y los hay que hasta pueden disponer del sueldo íntegro para sus gastos personales, pues no aportan recurso alguno a la economía familiar. Algunos sociólogos relacionan el fenómeno incluso con el tradicional matriarcado gallego.

Las causas son varias, pero el problema uno: la Galicia actual, con una de las tasas de natalidad más bajas de occidente, no puede permitirse el lujo de desperdiciar a su población más joven, que es, además, precisamente una de las mejor formadas de su historia. La realidad resulta insoportable para ellos, para sus padres y para la sociedad en general, que ve con preocupación como muchos de estos jóvenes acaban por bajar los brazos y sestear ante el televisor, desesperanzados, hartos de llamar a todas las puertas en busca de empleo y topándose siempre con la misma negativa.

Algunos de ellos son víctimas directas de la burbuja inmobiliaria. Atraídos por los altos sueldos de la construcción, abandonaron sus estudios y ahora, con el hundimiento del sector, se encuentran sin empleo y sin formación. Han sido los primeros en verse barridos del mercado laboral y probablemente sean los últimos en ver la luz al final del túnel. Pero también los hay que completan sus estudios, que atesoran carreras y másters y, sin embargo, siguen enviando currículum y deambulando por oficinas de colocación. No son todos, claro está. Los hay que triunfan nada más terminar sus estudios o, simplemente, que ven satisfechas las expectativas laborales que se habían labrado durante sus años de formación. Pero, desgraciadamente, son los menos. La realidad es que los suficientemente preparados tardan más de un año en encontrar trabajo y el que encuentran en muchos casos nada tiene que ver con lo que han estudiado. Por no hablar del número de excelentes, de los mejor formados, que han tenido que buscar en otras regiones u otros países la oportunidad que aquí no encontraron para mostrar su talento.

La crisis económica está en el epicentro del problema, qué duda cabe, pero también lo está la falta de un pacto de estado que evite de una vez por todas los continuos bandazos del sistema educativo e instaure uno donde prime la calidad, el esfuerzo y la búsqueda de la excelencia como la mejor vía para garantizar la inserción laboral; un sistema que otorgue al profesor el protagonismo y la autoridad perdidas y en el cual exista la necesaria correlación entre las enseñanzas que se impartan y los conocimientos que demande la sociedad. Y mientras eso no se haga, se seguirá excluyendo a miles y miles de jóvenes gallegos de un futuro que, por paradójico que parezca, sólo ellos pueden escribir.