Una de las funestas secuelas de la Revolución francesa es que se ideologizaron los debates, incluidos los de carácter técnico o científico. La Revolución soviética empeoró las cosas al servirse de los intelectuales occidentales como missi dominici propagandísticos en su empresa de conquista de conciencias. Aún ahora, y vamos a peor, sufrimos las inercias de los prejuicios ideológicos en cualquier tipo de debate de cierto relieve social adscribiendo de inmediato las opiniones al campo de la izquierda o al de la derecha, según gustos y sobre todo intereses. Y, claro está, el debate relativo al cambio climático no ha podido escapar de esta estrechez de miras que ha establecido una dicotomía, otra más, entre "realistas" partidarios de la "tesis antropogénica" (progresistas o eso dicen) -que sostienen que el cambio climático hacia el calentamiento es provocado por la actividad humana- y "escépticos" (conservadores) que manifiestan numerosas reservas técnicas al respecto.

Comentario severo y dilatado merece la manipulación ideológica del calentamiento al amalgamarlo con agresiones a la naturaleza que aún siendo provocadas por la actividad humana son analíticamente distintas. Porque se puede ser escéptico respecto a la tesis antropogénica del calentamiento global y no obstante consciente de los desastres ecológicos --además de polución del entorno y contaminación lenta pero constante del agua o del aire- o la extinción de recursos naturales no renovables y renovables o la subida del nivel del mar. Lo que se discute es, y no otra cosa, si la emisión de gases con efecto invernadero, carbono y metano especialmente, actúa como causa dominante del calentamiento global. Por tanto, añadir a la complejidad técnica del debate la insidia ideológica es la mejor manera de echar gasolina al fuego azuzando el infierno de la controversia sin fin y el atrincheramiento social: de este lado los realistas progresistas, de aquel los escépticos conservadores.

En este sentido, valga como prueba una las tribunas en el New York Times (20/06/2009) de Paul Krugman en la que escribía que negar el calentamiento global del planeta constituye una traición irresponsable e inmoral. A mí, la verdad, lo que pueda decir Krugman y otras vedettes de la gauche caviar –o del radical chic, Tom Wolfe dixit-- tipo Stiglitz me tiene sin cuidado, preocupado como estoy por entender la ciencia que esté al alcance de mi entendimiento. Me importa sin embargo la influencia mediática y la presión que puedan ejercer sobre los gobiernos para orientar la investigación en el sentido que mejor se pliegue a sus prejuicios o intereses. También es cierto que cuando Krugman escribió su columna no había saltado el famoso "Climagate" --manipulación fraudulenta de datos climáticos-- que tuvo como protagonista a la universidad de East Anglia, uno de los bastiones de la ciencia climática "realista". Esos tahúres, ahora lo sabemos, trampeaban con el fin de seguir cobrando subvenciones de estudios climáticos aunque los justificaran en nombre del futuro de la humanidad. Y tanto es así que en los últimos veinte años los fondos destinados, según estimaciones, a las investigaciones relativas al calentamiento global se cifran en cincuenta mil millones de dólares, cantidad inconmensurablemente superior que la que se habría asignado a las ciencias del clima en un contexto de normalidad académica y mediática.

En cualquier caso, el siguiente ejemplo muestra que la arrogancia de los "realistas" frente a los "escépticos" resulta abusiva. En 1998, M. Mann, R. Bradley y M. Hugues (MBM98) publicaron un artículo en Nature, completado en 1999 por otro (MBM99), en el que aparece por primera vez lo que desde entonces se conoce como "curva de palo de hockey". La curva impresionó, y con razón, a la opinión pública mundial cuando el IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) publicó en 2001 su informe. El gráfico mostraba que la ligera tendencia al enfriamiento del hemisferio norte en los últimos siglos (dos centésimas de grado por siglo) sufría una inflexión brutal desde mediados del siglo XIX manteniéndose el aumento del calentamiento (0,7 grados) durante casi todo el siglo XX y especialmente a partir de los años setenta. A lectura de la curva se constata que el cambio climático es impresionante tanto por su amplitud como por su rapidez al tiempo que coincide con la expansión de la revolución industrial. El factor explicativo de este brutal cambio de tendencia tenía que ser diferente de los que influyeron el clima en los siglos precedentes. Y ese factor sólo puede ser la actividad humana, concretamente la emisión de gases de efecto invernadero. Por la variedad de las fuentes y por el tecnicismo, MBM98 parecía asentar su tesis en bases sólidas e irrefutables de la paleoclimatología.

Sin embargo, en 2003, un millonario canadiense, Steve McIntyre, se interesó en simple amateur a la curva de palo de hockey. Casi inmediatamente descubrió que el tan plebiscitado gráfico utilizaba una serie de datos manifiestamente tratados con enorme desenfado. Decide entonces emprender un audit profesional de la curva para lo cual contrata a un economista, Ross McKitrick, especializado en el tratamiento de series estadísticas. El binomio formado por McIntyre-McKitrick (MM) consiguió en menos de un año sintetizar un balance devastador para MBM98. Las críticas de MM han sido confirmadas por el comité Wegman –nombre del estadístico que lo dirigió-- y por la Academia de ciencias de EE.UU. Sin que yo pretenda darla definitivamente por muerta, la curva de palo de hockey ha desaparecido del cuarto informe (2007) del IPCC. Pero, más importante aun, el propio Mann acaba de reconocer que su trabajo adolece de importantes deficiencias técnicas.

Nada de lo anterior intenta probar que el calentamiento del planeta sea una falacia, --de hecho, no lo es- ni que no sea debido a la actividad humana –el tiempo dirá-- sino, más modestamente, que andar de trompetero de las buenas causas, al estilo de Krugman, so capa de objetividad científica es servirse de la ciencia para la propia causa. Y eso, desde Lysenko, ya huele.